domingo, 2 de septiembre de 2018

DIOS MÍO, ¿POR QUÉ NO SE ME HABRÁ OCURRIDO A MÍ ANTES?

Lichtenstein. Fuente: MOMA.
Triunfar en el mundo del arte es algo profundamente sutil y alejado del conocimiento general de los humanos. Ni tan siquiera estar dentro de ese mundo garantiza poder discriminar entre un trabajo bueno, original, novedoso... y un trabajo que va a formar parte del exclusivo mundo de los que terminan ilustrando las páginas de un manual de arte.

Roy Lichtenstein no andaba muy sobrado cuando presentó a Leo Castelli, el influyente propietario de la galería del mismo nombre, sus dibujos sobre Mickey Mouse y Donald, y que Castelli aceptó de forma inmediata para organizar una exposición.

Lichtenstein. Fuente: National Gallery of Art.
Por aquel entonces, 1961, Warhol también andaba pintando tiras cómicas, y también acudió al prestigioso Castelli. Cuando este le enseñó lo que Lichtenstein había hecho, el creador de las latas cambell y las marylin pensó: "Dios mío, ¿por qué no se me habrá ocurrido a mí antes". En aquel mismo momento pensé que, como Roy hacía unos cómics tan buenos, yo los abandonaría completamente y seguiría en una dirección en la que pudiera llegar el primero, por ejemplo, la de la cantidad y la repetición.


Los trabajos de Warholl no es que fueran peores que los de Lichtenstein, pero no tenían puntitos. Si agrandáis la imagen de Donald y Mickey, podréis ver que tanto los ojos del pato como la cara del ratón están rellenas de puntitos. Son los famosos puntos Ben-Day, de Benjamin Henry Day Jr. (1838-1916), impresor e ilustrador, quien los utilizó por primera vez para crear sombreados y colores secundarios en la tira cómica.

Esa característica trama de puntos creció, se desarrolló, ocupó la mayor parte de la obra del artista, por lo menos hasta los años 70, y se convirtió en la marca típica de Lichtenstein, tanto si nos recordaba las tiras de un cómic


Fuente: Amazon
como si no.
Fuente: Duc Tay Gallery
Y es que a veces —¿o debería decir casi siempre?— la diferencia entre el recuerdo y el olvido ni tan siquiera depende de una delgada línea, sino de un pequeño e inaprensible punto.

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