El poeta no escribe en principio para nadie y escribe de hecho para una inmensa mayoría, de la cual es el primero en formar parte. Porque a quien en primer lugar tal conocimiento se comunica es al poeta en el acto mismo de la creación.
J. A. VALENTE, Conocimiento y comunicación
Yo diría que en la actualidad casi nadie pone en duda que las manifestaciones artísticas son capaces de acercarnos al conocimiento. Diría también que, una vez superada la fascinación por el progreso científico-técnico, hay maneras distintas de aproximarnos al conocimiento de la realidad y que ninguna de ellas debe ser excluida si queremos disponer de una visión amplia y profunda de esa entidad absoluta llamada mundo.
Ahora bien, lo que la poesía puede hacer por darnos noticia de él y acercarnos a su conocimiento, no es lo mismo que lo que puede hacer una disciplina científica. No obstante, ambas son necesarias. Parecen perogrulladas, porque el abismo que algunos —de ambos lados de las trincheras— contribuyeron a expandir entre ciencias y letras durante el siglo pasado ha ido fosilizando ciertas actitudes y opiniones que tienden a percibir esas dos esferas como opuestas.
Desde luego, la poesía no es veraz en el sentido en que descubre una parte física del mundo, ni es veraz en el sentido en que demuestra tal y como pueden hacerlo las ciencias naturales, las matemáticas o la lógica. No es veraz porque no se ocupa de verdades lógicas, ni tiene un sentido pragmático, ni le corresponde esa parte del conocimiento que llamamos objetivo, excepto, tal vez, la poesía de Paul Celan.
Digamos que la poesía se ocupa de una verdad subjetiva, en el sentido que Kierkegaard le dio a esta expresión. Es decir, aquella que, sin tener valor científico, sí posee sentido y es portadora de racionalidad. Estas verdades personales no son cuestión de mera preferencia, sino que hacen alusión a modos de estar en el mundo, a actitudes y comportamientos ante la realidad que cualquiera puede compartir, discernir y analizar.
Más sencillo: la poesía —cualquier expresión artística, repito— puede ofrecernos pequeñas verdades subjetivas, de las que previamente no éramos conscientes, y que al ser leídas o escuchadas se nos revelan como verdades importantes, como fragmentos de la realidad que antes no habíamos tenido en cuenta y ahora descubrimos con absoluta nitidez. Cuando esto ocurre, estamos ante una obra maestra.
La poesía, el arte, no puede enseñarnos procesos químicos, ni razonamientos matemáticos, pero puede acercarnos al conocimiento de nosotros mismos y de los demás en la medida en que nos muestra formas distintas de estar ante el mundo y de verlo. Nos revela de un golpe, a través de una metáfora, de un verso, algo que previamente desconocíamos y que tiene que ver siempre con nuestra relación con los demás o con nuestro estar estar en el mundo.
Cuando recibimos ese fogonazo de luz, ese escalofrío emocional, ese aldabonazo de sentido y belleza (o de fealdad), estamos ante una gran obra. Es exactamente igual a cualquier otro descubrimiento de cualquier otro campo del saber, ya sea la genial intuición de Einstein, la de Darwin o la del más humilde Schopenhauer al concebir su sistema. La ventaja de la poesía es que no necesitamos apenas conocimientos previos para disfrutarla, ya que se hace con las palabras que toda la tribu utiliza.
Ahora bien, lo que la poesía puede hacer por darnos noticia de él y acercarnos a su conocimiento, no es lo mismo que lo que puede hacer una disciplina científica. No obstante, ambas son necesarias. Parecen perogrulladas, porque el abismo que algunos —de ambos lados de las trincheras— contribuyeron a expandir entre ciencias y letras durante el siglo pasado ha ido fosilizando ciertas actitudes y opiniones que tienden a percibir esas dos esferas como opuestas.
Desde luego, la poesía no es veraz en el sentido en que descubre una parte física del mundo, ni es veraz en el sentido en que demuestra tal y como pueden hacerlo las ciencias naturales, las matemáticas o la lógica. No es veraz porque no se ocupa de verdades lógicas, ni tiene un sentido pragmático, ni le corresponde esa parte del conocimiento que llamamos objetivo, excepto, tal vez, la poesía de Paul Celan.
Digamos que la poesía se ocupa de una verdad subjetiva, en el sentido que Kierkegaard le dio a esta expresión. Es decir, aquella que, sin tener valor científico, sí posee sentido y es portadora de racionalidad. Estas verdades personales no son cuestión de mera preferencia, sino que hacen alusión a modos de estar en el mundo, a actitudes y comportamientos ante la realidad que cualquiera puede compartir, discernir y analizar.
Más sencillo: la poesía —cualquier expresión artística, repito— puede ofrecernos pequeñas verdades subjetivas, de las que previamente no éramos conscientes, y que al ser leídas o escuchadas se nos revelan como verdades importantes, como fragmentos de la realidad que antes no habíamos tenido en cuenta y ahora descubrimos con absoluta nitidez. Cuando esto ocurre, estamos ante una obra maestra.
La poesía, el arte, no puede enseñarnos procesos químicos, ni razonamientos matemáticos, pero puede acercarnos al conocimiento de nosotros mismos y de los demás en la medida en que nos muestra formas distintas de estar ante el mundo y de verlo. Nos revela de un golpe, a través de una metáfora, de un verso, algo que previamente desconocíamos y que tiene que ver siempre con nuestra relación con los demás o con nuestro estar estar en el mundo.
Cuando recibimos ese fogonazo de luz, ese escalofrío emocional, ese aldabonazo de sentido y belleza (o de fealdad), estamos ante una gran obra. Es exactamente igual a cualquier otro descubrimiento de cualquier otro campo del saber, ya sea la genial intuición de Einstein, la de Darwin o la del más humilde Schopenhauer al concebir su sistema. La ventaja de la poesía es que no necesitamos apenas conocimientos previos para disfrutarla, ya que se hace con las palabras que toda la tribu utiliza.
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Para ahondar en la idea o discrepar con ella:
- J. L. Borges, Arte poética. Seis conferencias.
- J. W. Goethe, Poesía y verdad.
- F. Nietzsche, Así hablaba Zaratustra.
- O. Paz, El arco y la lira.
- J. Pfeiffer, La poesía.
- A. Sánchez Robayna, Silva gongorina.
- G. Steiner, La poesía del pensamiento.
- J. A. Valente, Las palabras de la tribu.