viernes, 20 de diciembre de 2013

EL FRANCOTIRADOR PACIENTE

La literatura es una cuestión de punto de vista, de densidad y de credibilidad. A todo escritor se le supone el oficio, la técnica, la capacidad de escribir; más aún si es un escritor con numerosos trabajos a sus espaldas y un éxito editorial envidiable. Pérez-Reverte, sin duda, tiene un gran oficio y una imaginación prodigiosa, pero esta novela no es nada más que literatura de evasión, pura aventura, historia para pasar el rato y nada más. Y no tengo nada contra este tipo de novela que, entre otras cosas, tiene la virtud de acercar la lectura a miles de personas a las que si les dieran otra cosa seguramente no leerían.

Dicho esto, El francotirador paciente pierde la ocasión de situarse en un punto de vista interesante para reflexionar seriamente sobre el arte contemporáneo y sus penurias, porque se transforma de manera inmediata en una historia muy bizarra y muy bronca, muy del estilo artículo de fin de semana reverte, cuya mayor gracia es saber a quién le va a dar caña y por qué. Por supuesto, en esta historia todos los personajes principales son muy machos —incluida la protagonista—, dominan el lenguaje soez-auténtico que demuestra que saben quiénes son y dónde están, y no tienen ningún problema para partirse la cara al menor descuido.

Y le falta también densidad a la novela —en realidad es transparente—. Le falta contar una historia real, auténtica, construida con la materia de la que estamos hechos los seres humanos. Esa materia que cuando falta, falta también la literatura. Por eso carece de credibilidad, aunque se le añada mucho barniz técnico y mucho estilo periodístico y mucho personaje real. Por eso se queda en literatura de evasión. Por eso se venderá seguramente muy bien. Por eso, tal vez, hagan una película de aventuras con ella, porque trepidante, lo que se dice trepidante, lo es sin ninguna duda.

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