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miércoles, 23 de mayo de 2018

ROBERT LOWELL

El año pasado Vaso Roto se atrevía con toda la poesía de R. Lowell. Casi dos mil páginas repartidas en un par de tomos pueden asustar a mucha gente. En cualquier caso, es de agradecer el esfuerzo de la casa editora por presentarnos bien recogida y bien editada la obra de uno de los más importantes poetas en lengua inglesa del pasado siglo. Las notas del traductor, Andrés Catalán, son una fuente de claridad imprescindible. Los prólogos, también.

R. Lowell es algo así como el autor más destacado de la corriente que ha dado en llamarse poesía confesional, aunque tal vez sería más exacto decir que fue el poeta de su propia biografía; de ahí la importancia de las notas que acompañan la publicación para poder situar en el contexto preciso las palabras del poeta. Aquí la anécdota biográfica sí es importante, lo que no quiere decir que no se pueda disfrutar de su poesía sin el conocimiento de cada una de las anécdotas, nombres y referencias que la pueblan, pero se pierde una parte importante.

El poema preferido de Seamus Heany era el larguísimo Ulises y Circe. Por razones de comodidad y manejabilidad os lo dejo en la traducción Luis Javier Moreno —Día a día, Losada, 2003—. 

I
Diez años antes de Troya y diez antes de Circe,
suplantaron los nombres de las cosas,
los nombres que él, Ulises, les pusiera,
perdidos, por entonces, nombres suyos:
mirmidones, espartanos, un soldado de Ulises el temido…
¿Por qué he de renovar su infame sufrimiento?
Él ya ha obtenido su porción de gloria,
cuando se le ocurrió hacer un caballo
de madera, a tamaño mayor que el de una casa,
poniendo fin así a diez años de guerra,
A causa del engaño”, él asegura:
Yo llevé a cabo lo que ni Diomedes,
ni Aquiles, hijo de Tetis él,
ni nadie entre los griegos,
con su innúmera flota lograr pudo:
Destruir Troya tal y como lo hice”.

II
¿Acaso hay aún quién dude
que lo mejor para una esposa sea
despertarse a las cinco, con el sol, y para ella
disponer de tres horas al día, suyas, propias?
Él ve cómo transcurre, entre azul y marrón,
su río cotidiano, deslizándose
por su antebrazo joven, estirado
y entrecruzarse luego…
Como una hoguera roja el sol se eleva,
débil chisporrotea por las ramas más bajas,
devorando las hojas (como hace la langosta)
dejando intacto y sin quemar el árbol.
En quizá diez minutos,
o en el mismo intervalo al de su despertar,
el sol se pondrá blanco, como suele,
cambista indiferente que trueca noche y día,
el inmutable, él mismo, tanto en paz como en guerra…
Alternando producen las persianas líneas de sol y sombra,
aunque las d ella sombra prevalezcan
sobre la honestidad de su cómodo lecho regalado.
A su lado acostada yace Circe,
como tibia madera soñolienta y gustosa…
Ella dice: “Me están contando tantas maravillas
y soy tan dormilona,
que siento incapaz de dar respuesta”.

III
¡Ojalá que sin día llegase la mañana!
Él continúa acostado y teme a los sirvientes,
sus conductas al uso, sus palabras
insistentes, salvajes. Se le va d ellas manos…
Su exótico palacio, de travesía imposible,
ha sido concebido de tal modo
que ningún griego sobrio pueda bien navegarlo.
Tiene miedo al chillido de los cerdos
que bajo su ventana entierran carne,
el que estos animales
grasientos sean humanos y que exijan
su lugar referente en el banquete.
Su propio corazón se le atraganta,
pero sólo es un mal imaginario,
luz del alba que llega con la aurora…
¿Por qué he llegado a ser mi propio fugitivo,
por qué me ha trastornado la belleza de Circe
hasta hacerme sentir distinto de otros hombres?”

IV
Ella abandona el lecho y su cabello
está lo mismo que su corazón: intrincado y revuelto.
Hablan como dos huéspedes
que espera que sea el otro el que abandona la casa…
Esa armonía bastarda de lo irreconciliable.

Su decisión de abandonar a Circe
se hace necesidad.
Compasión es terror y ningún cisma
puede ya quebrantar, de su débil carácter,
las inmisericordes decisiones.
Sus ojos se convierten en un pozo de llanto,
en el que, hipnotizados,
caen sus seguidores, idiotas animales.
Imposible les es la vigilancia;
como degenerados,
siguen al ritmo de ella en sus impulsos,
consumiendo sus días y dudando después
con sumisión histérica.

De joven tomó Ulises decisiones
sobre comprometidas estrategias;
mas en su edad madura ha decidido
asumir un futuro lleno de incertidumbre;
él morirá, como otros, por designio de los dioses,
haciendo que naufrague su tripulación última
en un ignoto océano, a la busca
de un mundo despoblado aun más allá del sol,
perdido en los clamores más groseros
de un vendaval ruidoso.

En la isla de Circe diminuta,
se le amplió la forma de contemplar el mundo
(tras leves mezquindades, se ennobleció a sí mismo
hasta dar con el modo de regresar a casa).
Todo le disgustaba
en su mítica vida empobrecida.

Nostalgia le da el loto por su irremediable
dolor que él ya detesta… Ella está donde está.
Su discurso salpica
con los coloquialismos ya caducos
de una generación más joven que la suya
(dialecto de moda en esta isla).
Ella lleva consigo su magnífico tiempo…
Las bellísimas chicas que la siguen
son aún para Circe sus mejores amigas,
pese a que su reputación esté dañada
más que lo estuvo nunca la de Helena,
pero a Helena le salvaba su graciosa apostura.

Circe apenas si llega
a cortadora de retales míseros
(los desperdicios de sus cortes yacen
desperdigados todos por los suelos:
no usados, mal usados, chaquetones e insignias,
la bestia degollada).

A ella le va el desorden de su casa
(llaves ocultas para cerraduras
ya inencontrables,
anónimos retratos, cosas muertas
envueltas en papel color de polvo…),
la oleada del vino anterior a la lucha.

Leves placeres dejan quemaduras eternas
(el aire se calienta por altas galerías
y miles de termitas acaban con las vigas);
éste es un pensamiento de mediados de otoño:
el momento en que mueren los insectos
de una forma instantánea,
como quisiera uno que lo hiciese un amigo.

De camino hacia el barco, a un árbol solitario
se le caen de repente la mitad de sus hojas,
teñidas por la duda,
mustias antes de tiempo.

V
Durante mucho tiempo yo empapado
y a menudo también tocando fondo
por el verde, gran mar, de los semáforos
que autorizaban nuestra navegación,
hallé que mi fatiga era la luz del mundo.

La tierra no es la tierra si yo tengo
mis ojos en la luna, en su imagen captada
en un único instante vacío
(duplicidad infiel ofrecida a los hombres).
¿Tras de tantos milenios,
no estás cansada, Circe,
de transformar cochinos en cochinos’

¿Cómo podré agradarte, si yo no soy un hombre?

Por mi supervivencia conseguí que mis huesos
perdieran su color
(yo, que era el que esperaba abandonar la tierra
mucho más joven que cuando llegué a ella).

Nuestra edad se ha tornado en porquería
inarrancable ya de su sucia bayeta.

La edad que cruza nuestros rostros
hacia el final del túnel
(si es posible la fe en las creencias)
tornará más ligera nuestra carne.


VI
Penélope

Ulises anda siempre dando vueltas,
ni la fragilidad de su hijo
ni la pasión por su mujer
(¡cuánto la hubiese eso confortado!)
le detuvieron nunca. Ella no encuentra hazañas
ni en su marcha a la guerra ni en su regreso de ella.
(¡Diez años para ir y diez para volver!)
Desde el muelle a su casa,
a pie y ante la vista de todos él camina.
No ha podido ninguno reconocerle en Ítaca,
aunque todos conozcan las hazañas de Ulises.
Corren más sus rodillas que sus pies
y su boca apretada se hincha de aire,
su vista se ha habituado a bienvenidas.
Él busca alguna cosa que le oriente...
Cuanto le fue una vez intensamente blanco,
una señal y referencia antes,
solamente es ahora un estacionamiento de navíos.
Qué pálida y sin suerte parecía cu cara
veinte años atrás, hasta incluso la víspera
de su embarque triunfal y carnaval de gloria,
cuando dejó a Penélope hechizada
hasta desvanecerse ella en sus brazos
a causa de la danza. El riesgo fue su oficio.
Su polvorienta ruta a mediodía es ahora su casa;
él imagina
que ella sale en su busca velozmente,
vistiendo una amplia túnica de tubo
impregnada de todos los deseos,
la que ya se había puesto
en el último mes de su embarazo.
Entonces, sin todavía necesitar gafas,
los ojos de ella estrellas parecían,
conejo acorralado... Es hoy su casa
más tolerante y más condescendiente;
ella sigue en su hogar, confortable en su entorno
con su hijo, los amigos de su hijo,
todos sus pretendientes
(el caos habitual de quienes viven bien),
con salud y riqueza contrapuestas
en sus indumentarias...
(Sólo el dolor podría justificar la fealdad).
Él ha visto ya el mundo conocido,
lo mejor y peor de los humanos;
el enorme entusiasmo de su peregrinaje
asume el peso y la gravitación
del estar vivo. Ulises entra en casa,
los ojos muy cerrados y la boca muy suelta...
El lecho conyugal le queda a un paso,
pero confunde a la hija con la madre.
No es de extrañar. Los varones le expulsan
(un animal idiota, mas perverso).
Ya está afuera;
sus no deseadas manos están ásperas,
dicen te quiero desde la otra parte
del ventanal cerrado.
A sus cuarenta años, todavía,
ella es el mejor busto de todas las presentes.
Él la mira y ella ve que la mira idiotizado;
ella se vuelve entonces
hacia sus pretendientes conociendo
que el arte mentiroso de la diosa Minerva
no devolverá a Ulises
la invencibilidad que tuvo ni tampoco
la juventud que entonces poseyera...
¡Media vuelta -Volte face-!
(Él gira al modo de los tiburones,
haciéndose visible detrás de la ventana).
Orgulloso de su cuerpo, doloridos los ojos
y satisfecho por sus cicatrices,
Ulises, instintivo asesino
en el machismo de su senilidad,
saborea de antemano el apogeo de la lucha
quebrantando las aguas por destruir su huella.
Él ha sobrepasado su tamaño.
Es uno más entre los pretendientes,
sus agallas están plegadas y en su sitio,
antinaturales rejillas de ventilación,
que con un botoncillo podrían ser cerradas,
como lo son las celdas de una cárcel...
Diez años de pasado y otros diez de futuro.

lunes, 12 de febrero de 2018

JUANA DE IBARBOUROU, Y 3

Mistral, Storni, Ibarbourou. 1938.
Dando por sentado que lo primero que debemos leer es su obra y que esta está recogida en las Obras completas (Aguilar, 1953), en esta entrada quiero llamar la atención sobre un par de documentos que me parecen muy interesantes para conocer a la escritora uruguaya. El primero es su Autobiografía lírica, una conferencia de 1956 en la que deja claramente su impronta y donde podemos percibir cómo era la persona y la poeta a la que el mito convirtió en Juana de Ibarbourou. El segundo es una entrevista de Antonio Mercader para la revista Siete Días Ilustrados. Fue realizada en 1974. Está recogida en varios sitios de internet. La traigo aquí desde la página EnlacesUruguayos.com. Es un poco larga, pero merece la pena.

Es la única sobreviviente del legendario terceto de poetisas que integró con la chilena Gabriela Mistral y la argentina Alfonsina Storni. Es también el mayor mito viviente de Uruguay. Bautizada Juana Fernández Morales, firmó sus poesías como Juana de Ibarbourou. En 1929 fue consagrada Juana de América y glorificada por los grandes escritores de la época. Tiene 82 años, una quincena de libros publicados y alrededor de 500 mil ejemplares vendidos. Medio siglo atrás, fue el best-seller del romanticismo rioplatense con sus versos "de un audaz erotismo"; hoy, niños orientales, argentinos y de otros países latinoamericanos la leen —a veces con resignación— en los textos escolares. Vive en una vieja casona de la Avenida 8 de octubre, a cinco minutos del centro de Montevideo. Sale poco y no recibe siquiera a sus más fieles amigos. En ese mundo hermético, que comparte casi exclusivamente con su hijo Julio César, pasa sus días leyendo y escribiendo. Hace mucho sobrelleva el peso de ser un monstruo sagrado, un jirón de la historia de la literatura. Tras un exterior rimbombante, tras el mito Juana de Ibarbourou, se esconde una mujer alegre, sencilla, tierna y generosa. Sobre el final de su vida, ésa sigue siendo su imagen íntima, verdadera, que pocos conocen, y que Siete Días pudo revelar a través de una entrevista obtenida por su corresponsal en Montevideo. En una charla que duró una hora y media, Juana de Ibarbourou habló como nunca sobre sí misma y sobre su obra, recordó a sus antiguos amigos (Pablo Neruda, Juan Ramón Jiménez, Jorge Luis Borges, Gabriela Mistral, Alfonsina Storni y otros), explicó las causas de su enclaustramiento y evocó su esplendoroso pasado. Demostró además que conserva una envidiable lucidez mental, disminuida apenas por cierta flaqueza en memorizar nombres o fechas. Lo que sigue es la entrevista a Juana de Ibarbourou, la primera que se difunde en varías décadas en una publicación argentina.

"La señora lo va a recibir", anuncia una ceremoniosa criada mientras abre la pesada puerta de roble. Sobre el parquet del vestíbulo dos plebeyas palanganas de plástico recogen las gotas de agua que se filtran desde el techo. Afuera llueve, y en esta casona con goteras, entre la penumbra, se distinguen un aparador estilo colonial y un par de alfombras precariamente enrolladas contra la pared para evitar que se mojen. Crujen los peldaños de la escalera y el ruido hace ladrar a un perro, encadenado en algún rincón lejano de la casa. En la planta alta, hay una estantería con libros y tres puertas: la de la izquierda está abierta. Desde allí parte una voz de agudas inflexiones: "Hágalo pasar, pase, pase".


Es un cuarto mal iluminado, cuadrado, de cuatro por cuatro, donde se alinean una cama doble, una cómoda, un aparato de televisión y varios anaqueles de libros. Junto a la ventana-balcón que asoma a la avenida 8 de Octubre, arrellanada en un viejo sillón, está Juana de Ibarbourou. Sonríe, hace un cortés ademán de incorporarse pero permanece sentada mientras estrecha la mano del visitante. Luce bien peinada, el cutis blanquísimo ligeramente empolvado, un toque de color en los labios. No parece sorprendida ni intimidada por la inminente requisitoria periodística. Expectante, mira a su interlocutor con sus ojos negros que conservan el brillo de otros tiempos.


—¿Por qué es tan difícil verla?
—No es tan difícil. Lo que sucede es que estuve un poco enferma últimamente, y entonces los que me cuidan, mi médico, mi hijo Julito, piensan que puedo fatigarme si atiendo personalmente a todos los que quieren verme o quieren hablarme por teléfono. Ahora estoy bien de salud, tengo este problema (se toca el ojo izquierdo; sobre la frente, de ese lado, lleva una gasa sujeta por dos tiras de cinta adhesiva), pero me voy acostumbrando.


—¿Qué le pasó en el ojo?
—Tuve un accidente. El año pasado pisé una baldosa rota, ésa que está ahí (señala un agujero en el embaldosado), tropecé y caí. Me di un gran golpe en el ojo izquierdo por el que ya no veo, y me quedó esta herida en la frente que no termina de curarse y eso que voy seguido al médico.


—¿Usted sale muy frecuentemente de esta casa?

—Voy a un médico oculista por el centro. Además, salgo con Julito en el auto y nos vamos a la rambla o al parque Rodó. Nos bajamos a caminar.


—Sin embargo, sus mejores amigos dicen que no pueden verla porque usted no sale nunca y no quiere recibirlos.
—¿Quiénes son mis mejores amigos? Los amigos de verdad, los fieles, siempre entraron a esta casa. Los que dicen esas cosas no son amigos y cuentan mentiras: que me tienen secuestrada, que me maltratan, que me encierran y no sé cuantas cosas horribles. No hay que hacerles caso.


El enclaustramiento de Juana es un hecho cierto. La más reciente generación de uruguayos nunca la vio en público. Quienes antes la visitaban diariamente afirman que en los últimos dos años su aislamiento se agravó. "El teléfono y el timbre suenan en su casa sin que nadie responda", dicen. Hubo denuncias al respecto; a tal punto que, a fines del año pasado, varios policías allanaron su casa y pudieron comprobar que la poetisa estaba allí y sin peligro a la vista. Entonces se supo que las versiones alarmistas carecían de fundamento. Pero el hermetismo en torno a Juana siguió y los rumores crecieron otra vez. El mes pasado, el vespertino montevideano El Diario logró entrevistarla. Fueron sus primeras declaraciones en muchos tiempo. "Juana de Ibarbourou no estaba secuestrada", tituló el vespertino. Desde entonces, las olas se apaciguaron. Pero su aislamiento sigue y todo indica que seguirá. Algunos señalan que Juana fue siempre introvertida y tímida, y que en su vejez ha reasumido su verdadera personalidad. "Mis últimos años me pertenecen", dijo alguna vez. Según esta interpretación su voluntario retiro es una forma de eludir los compromisos y las molestias que acarrea la fama. Es, también, un modo de disfrutar su propia intimidad.

LOS LABERINTOS DE LA MEMORIA


—¿Está escribiendo actualmente?
—Siempre escribo algo. Trabajo todos los días, sin horarios, me pongo a escribir cuando quiero y siento que debo hacerlo. Estoy escribiendo otro libro, tengo más de treinta poesías terminadas. No me pregunte el nombre del libro porque no lo sé; siempre fui mala para elegir nombres.


—Qué técnica usa para escribir?
—Los poetas no se hacen, nacen. Es una verdad. Escribo espontáneamente, sin preparativos artificiales, cuando siento una idea, una palabra, un paisaje, como una obsesión aquí, en la cabeza. No entiendo a los poetas que piensan que para escribir versos hay que encender velas o escuchar música. Lo mío es sencillo, natural, y así debe ser porque la poesía no se fabrica, no se provoca; se siente o no.


—Hoy se lee poca poesía, ¿cuál es la razón?

—Se lee poca poesía y lo comprendo. No vivimos en un mundo de poetas. Este es un mundo loco, loco, que no da tiempo a leer ni a serenarse. Pero siempre habrá poetas maravillosos y se volverá más a la poesía. Estoy segura.


—¿Qué está leyendo en este momento?
—Leo mucho. Leer me hace más llevadera la vida. En este momento estoy leyendo Papillon y me gusta porque es entretenido y humano.


—¿Qué otras distracciones tiene? Veo una televisión en su cuarto.

—Miro poca televisión, me hace mal a la vista.


—¿Qué opina de la televisión como medio de comunicación?
—Me hace admirar la técnica y la inventiva humana. Lástima que la televisión se use poco para difundir la cultura, para enseñar a la gente. Podrían hacerse cosas importantes pero no se hacen. Me gusta más el cine, aunque hace mucho que no voy.


—¿Recuerda a algún actor o actriz en especial?

—Mis predilectos le van a parecer un poco antiguos. Me gusta Chaplin, porque era admirable que hiciera reír a la gente en épocas donde costaba mucho reírse. También Greta Garbo. Y María Félix por su belleza, y porque me recordaba a una amiga que tuve en mi infancia, allá en Melo.


Melo, capital del departamento de Cerro Largo, frontera con Brasil. Ciudad donde nació, de padre gallego y madre uruguaya, el 8 de marzo de 1892, Juana Fernández Morales. Por sus escritos y confidencias se sabe que su infancia no fue del todo feliz, que su padre solía recitar en voz alta a Espronceda y Rosalía de Castro, que dos hermanos de su madre eran poetas y que uno de ellos murió en un duelo batiéndose por una mujer. Se sabe también que Aparicio Saravia, el guerrero blanco que acaudilló dos revoluciones, fue su padrino de bautismo. Con tales antecedentes, Juanita o Juaneca, como la llamaban, fue creciendo en su Melo pueblerino, "ciudad de casas bajas, naranjos y aroma de pitangas". No muy lejos de Melo, en 1904, el padrino de Juana, "el último caudillo a caballo del Río de la Plata", se levantó contra el gobierno de José Batlle y Ordóñez.


—¿Cómo era Aparicio Saravia?
—Mi padrino, cómo lo recuerdo. Nunca olvidaré una tarde cuando el negro Camundá tocó el clarín y apareció padrino, el general Aparicio Saravia, el General como le decíamos con todo respeto en casa. Venía por la calle 25 de Mayo, con la cabeza levantada, sobre un tordillo. Medio caballo atrás venía su gente, la flor y nata de le juventud montevideana. Estaban los Ponce de León y... era impresionante. Todo Melo los miraba desde las ventanas. Era padrino que iba a hacer la última revolución. A él lo adorábamos, en casa había retratos suyos porque mi padre era blanco, nacionalista, como todos en mi familia. Había peleado con el General en otras guerras. Por todo eso siempre fui blanca, blanca como hueso de bagual.


—¿En aquella época ya escribía?
—A los doce o trece años ya hacía mis primeros versos. Algunos se publicaron después en el diario de Melo con un seudónimo feísimo: Jeannete d'lbar.


—Se casó muy joven, ¿no es así?
—Sí, muy joven. De mi marido (el capitán Lucas Ibarbourou) tomé mi nombre poético. Ibarbourou, mi suegro, era vasco francés. Después nació Julito (repentinamente pregunta la hora; son las cinco de la tarde y eso la alarma). Las cinco de la tarde y todavía no vino a comer. Lástima que Julito no esté, me gustaría que lo conociera.


—Después usted se vino a Montevideo.
—Nos vinimos todos. De Melo tengo los recuerdos más tiernos, hace años que no voy por allá. Pero para mí la ciudad, la gran ciudad, fue Montevideo. Aquí me trataron maravillosamente. Era una ciudad chiquita la que conocí entonces, y no la gran ciudad que es ahora. Ha cambiado tanto Montevideo. Alguna vez escribí que prefería Montevideo a París, Madrid o Nueva York, y que si Dios me diera la oportunidad y me preguntara dónde quiero volver a vivir, yo le diría simplemente a Montevideo, Señor, ¡y gracias!


—¿En esa etapa ya escribía sus Lenguas de diamante?
—Ya tenía algunos versos escritos pero aquí pude terminar el libro y aquí, en Montevideo, encontré gente que me animó a publicarlos. Lenguas de diamante, fue el primer libro y el que me dio más satisfacciones.


Lo prologó y publicó, en 1919, el escritor argentino Manuel Gálvez, en la editorial Buenos Aires, de la capital argentina. "Es un acontecimiento en la literatura americana", auguró Gálvez. Y lo fue. Su nombre se hizo famoso en el Río de la Plata y aún más lejos. Desde España, el gran Miguel de Unamuno le dio su bendición ("jamás ha hablado en español, que yo sepa, así la pasión desnuda y ardiente; aquí una mujer no haría versos así a su novio; si los hacía, los rompería sin publicarlos"). El peruano José Santos Chocano y el mexicano Alfonso Reyes la elogiaron. No había cumplido treinta años y estaba consagrada. En los románticos twenties, los uruguayos sabían de memoria aquellos versos femeninos, audaces para la época (Tómame ahora que aún es temprano / y que llevo dalias nuevas en la mano. / Tómame ahora que aún es sombría / esta taciturna cabellera mía. / Ahora, que tengo la carne olorosa. / Y los ojos limpios y la piel de rosa .../).


—Eran versos un poco atrevidos por venir de una mujer.
—¿Sí? Eran sinceros y apasionados, como son las cosas que se hacen en la juventud. Pero no fui la primera mujer que escribía poesías. Estaba Delmira.


—¿La uruguaya Delmira Agustini?
—Delmira, sí, escribía con una gran pasión. Era una época con mujeres que sabían escribir con talento.


—¿Recuerda aquel acto en la Universidad de Montevideo, en 1938, donde se juntaron usted, Gabriela Mistral y Alfonsina Storni?
—Gabriela ... Era fuerte, recia, hablaba muy castizo, muy español. Le gustaba contar historias de embrujos y de fantasmas que asustaban un poco. Estuvo en casa y nos sacamos fotos juntas. Era una mujer inteligente, pobre Gabriela que fue tan infeliz en su vida, pobrecita.


—¿Y Alfonsina Storni?
—No hubo entre nosotras esa amistad tan espontánea que se dio con Gabriela. No por mi culpa ni por culpa de ella. Éramos distintas, no .. pero yo la admiré siempre. La recuerdo con su cara muy roja y esa altivez que tenía. A Gabriela y Alfonsina las quise y las quiero mucho. Que me vincularan a ellas, que el público nos viera como formando una cosa común, fue uno de los mayores homenajes que recibí en mi vida. Era una forma de unirnos a los uruguayos, los chilenos y los argentinos.


—Usted sabe que los cuentos de Chico Carlo están incorporados a textos de gramática escolar no sólo en Uruguay sino también en Argentina. Lo mismo pasa con sus poesías y con sus libros que son, muchas veces, de lectura recomendada para niños y jóvenes. ¿Qué siente ante un público tan especial?

—Me gusta, adoro a los niños, me alegro tanto cuando los traen de visita. Aquí han venido muchos niños, vienen con las maestras, a veces desde Argentina. Sé que me conocen en Argentina, es un homenaje y un honor. Los argentinos siempre fueron buenos conmigo, tengo muy buenos amigos allá.


—¿Jorge Luis Borges es uno de ellos?
—Borges, el gran Borges, es un hombre tan profundo.


—Usted contaba una anécdota graciosa con Borges, aquella de los discurso ...
—Sí, los dichosos discursos (se ríe). Le dieron un banquete a Borges, aquí en Montevideo, y yo tenía que hablar en nombre de los escritores uruguayos. Mejor dicho tenía que leerle un discurso, y estaba previsto que él leyera su discurso de respuesta. No tenía muchas ganas de hacerlo. Yo sabía que a Borges le pasaba lo mismo, así que le dije con toda sinceridad: Borges, debo leerle un discurso pero no me siento muy dispuesta a hacerlo en este momento. ¿Sabe qué contestó? Yo tampoco, así que no lo lea, déme su discurso, yo le doy el mío, y después cada uno lo lee en su casa. Intercambiamos los respectivos papeles donde estaban escritos los discursos, y nos quedamos tan tranquilos.


LOS HONORES RECIBIDOS

—¿Cuál fue la alegría más grande de su vida?
—E1 día que recibí el título de Juana de América. Estaban Juan Zorrilla de San Martín, Alfonso Reyes y otros grandes de la literatura. ¡Había tanta gente en el Palacio Legislativo! ¿Conoce el episodio de los cuatro soldados? Me los pusieron alrededor mío formando una guardia de honor. Tenía un ramo de violetas en la mano y cuando el acto terminó, los soldados de la guardia me pidieron que les diera algunas flores de recuerdo. Años después, un muchacho golpeó en la puerta de mi casa. Era uno de aquellos soldados. Traía las violetas en una caja, como un tesoro; se iba a casar y quería regalárselas a su novia. Para su regalo de bodas necesitaba una tarjetita de mi puño y letra, que acreditara que aquéllas eran mis violetas. Se la di. Qué recuerdo tan tierno me dejó ese episodio. Diez de agosto de 1929, día en que la proclamaron Juana de América. La idea partió del peruano José Santos Chocano. Escritores uruguayos y extranjeros la apoyaron. Querían darle un título simbólico, honorario, para honrarla en toda América. Diez mil personas asistieron al solemne acto, en la sede del parlamento uruguayo. Fue una especie de glorificación en vida, prematura quizá para una joven emotiva y sencilla que nunca había soñado con tamaño homenaje. Visto a la distancia, el fasto puede resultar hoy desprovisto de sentido; pero bien mirado, se insertaba en una época feliz, pródiga con sus ídolos, donde uno de los grandes fenómenos era el ascenso de la mujer a todos los planos de la actividad diaria. Como un signo de ese tiempo, la jovencita de Melo fue coronada Juana de América y el título prendió en la gente porque sus poesías gustaban: eran frescas, liberadas, hablaban de amor y de belleza, en contraste con el modernismo decadente y amanerado que moría de asfixia en los salones.


—Según ciertos críticos, su obra refleja vitalidad e intuición antes que una amplia cultura y una depurada formación intelectual. ¿Lo cree así?
—Al comienzo, tenía una formación elemental. Conocía unos pocos autores y unos pocos libros, pero los conocían bien. Después, el tiempo, los amigos, el contacto con el ambiente intelectual de la ciudad, me fueron dando más conocimientos. De todas maneras, no creo que todo eso que vino después haya cambiado de un modo importante el sentido y el estilo de mis libros.


—¿Cuáles son sus poetas preferidos?
—Los de siempre: los dos Machado, Manuel y Antonio, y el gran Juan Ramón Jiménez. A Juan Ramón tuve la suerte de conocerlo estuvo en esta casa; a los Machado, no.


—¿Cómo era Juan Ramón?

—Un hombre y un poeta superior. Llevaba a su España metida acá adentro, como una espina. Había sufrido mucho con la guerra y con las desgracias de su patria. Cuando lo conocí (en 1948) era un escritor consagrado, festejado en todas partes. En la intimidad era sencillo, adoraba a su esposa Zenobia; era galante, muy caballero español. Recuerdo que le regalé un salerito de plata francesa y él se sintió en la obligación de retribuir el regalo. Después que se fue, un día recibí de su parte un libro y un espejo. El espejo era fino, antiguo y francés. La dedicatoria decía: Para Juana, un libro, un espejo y un beso.


—Pablo Neruda fue otro de sus visitantes.
—Era un simpatiquísimo ladrón. Estuvo en mi casa de la rambla, donde yo tenía una colección de caracoles. El también los coleccionaba y los empezó a mirar y a decir: me llevo éste y éste, y se iba agachando para recogerlos y ponérselos en el bolsillo. Se llevó cuatro o cinco de mis mejores caracoles. Era estupendo. Era un poeta fuerte, expresivo, tenía versos que yo sabía de memoria. Se volvió a casar, creo con una de Urrutia, y murió hace poco. Pobre Pablo. Era como todo gran poeta: un intermediario entre Dios y el hombre.


—¿Usted es católica?
—Sí, y muy devota.


—Se dice que vivimos una época de descreimiento, de escepticismo religioso...
—El hombre logró muchos adelantos, inventó maravillas y llegó a la Luna. Pero no debe creerse igual o superior a Dios. Quien tiene fe, verdadera fe en Dios, no debe perderla sino afirmarla por el avance de la civilización y la cultura. Hay una verdad: Dios nos da y nos quita todo. La religión la ayuda a una a vivir y a esperar... y yo de la vida ya no espero nada, lo espero todo del más allá.


LA JUVENTUD DE LA ANCIANA DAMA

—¿Volvería a vivir su vida tal cual la vivió?
—Sí, no tengo dudas, la viviría igual, salvo algunas malas mujeres que se cruzaron en ella. Los hombres siempre fueron más buenos conmigo que las mujeres.


—De todas las etapas de su vida, ¿cuál le dejó los mejores recuerdos?
—La juventud. Para mí, como para todo ser humano, fue la época más hermosa de la vida.


¡Soy libre, sana, alegre, juvenil y morena ...!, cantaba Juana en sus comienzos. La juventud, justamente, es una constante en su primera producción, es decir, la trilogía compuesta por Lenguas, El cántaro fresco y Raíz salvaje. Juventud y amor (¡que rían los vecinos! Puesto que somos jóvenes / y los dos nos amamos y nos gusta la lluvia ...) son sus temas iniciales y, seguramente, las claves de su vida. Después, en la década del cuarenta, reasomarán en su obra bajo la forma de recuerdos, como ocurre en Chico Carlo, donde sustituye la poesía por una prosa sencilla cargada de añoranzas. Es la Juana madura, cincuentona, convertida ya en un monstruo sagrado, rodeada de leyendas, quien evoca su infancia a través de Chico Carlo, un libro que es algo así como el Platero y yo latinoamericano. Después, en 1949, la muerte de su madre ahondará su soledad y la hará retornar a la poesía a través de Pérdida y Elegía, sus obras máximas de la segunda época. Recibe condecoraciones, premios, invitaciones, la nombran "mujer de las Américas" y viaja a Norteamérica. En la década del cincuenta, cuando la fama y el reconocimiento arrecian sobre ella, cuando la carga del mito se torna insoportable para la mujer que ama los días sencillos y serenos, escribe un cuarteto revelador, símbolo quizá de sus actuales angustias: Digo mil veces que me estoy ahogando, / y sólo veo alrededor sonrisas. / Me estoy ahogando vertical y en medio / de una avenida gris, ruidosa y lisa.


—Usted sabe que hay un mito llamado Juana de Ibarbourou. ¿Le molesta?
—La gente es buena, generosa, y ha imaginado sus cosas sobre mi persona y mi obra. Tal vez yo misma soy la culpable porque llevé siempre una vida retraída, dedicada muchos años a cuidar a mi marido y a mi madre que sufrieron largas enfermedades. Además, está el tiempo y usted sabe que el tiempo siempre deforma las cosas.


—En este enclaustramiento en que vive, ¿no se siente un poco abandonada u olvidada?
—No, no estoy abandonada ni olvidada. Mis verdaderos amigos son muy fieles. Lo que siento, a veces, son los problemas económicos. Con lo que cobro de derecho de autor y la pensión de mi marido no es suficiente para vivir. A fines del año pasado el gobierno me dio un millón de pesos que dividí con mi hijo, y con eso pude hacer regalitos a mis mejores amigas. Pero esas cosas no puedo hacerlas todos los días. Hace tiempo que vengo pensando en hablarle sobre esta situación a la señora del presidente Bordaberry.


—¿La señora del presidente?

—Sí, no sabe qué mujer más gentil, más amable. El día de mi cumpleaños me mandó un precioso ramo de flores. Cuánto se lo agradezco. Pensar que yo no tuve con ella ninguna atención, ni siquiera cuando nació su último hijo. ¡Qué vergüenza! Debo escribirle una carta para agradecerle sus flores.


—Sorprende que tenga problemas económicos. Hace años el gobierno le donó esta casa, ¿no es así? Además, usted debe cobrar derechos de autor con frecuencia, pues sus libros se reeditan en forma permanente.
—Sí, tengo esta casa y estoy muy agradecida. Pero los derechos de autor que recibo no son muy importantes. ¡Está todo tan caro!


—Si tuviera que elegir uno entre todos sus libros, ¿cuál elegiría?

Chico Carlo, es casi autobiográfico. Son los recuerdos de mi infancia y pienso que de alguna manera son los recuerdos de la infancia de todos. No me gustaría que se fuera sin darle un ejemplar de Chico Carlo.


Ayudada por la criada (que lleva ya cinco minutos haciendo señas al visitante de que debe retirarse), Juana se levanta y da algunos pasos por la habitación. De estatura mediana, regordeta pero de buen porte a sus 82 años, hurga en el anaquel abarrotado de libros. No encuentra el que busca, pero vuelve a su sillón con un ejemplar de Juan Soldado, una reciente recopilación de sus cuentos. Con un bolígrafo garabatea la dedicatoria en sus primeras páginas. La entrevista ha terminado. Poetisa y periodista se despiden con un apretón de manos. Entonces, desde la puerta del cuarto, el visitante se gira para mirarla por última vez; Juana sonríe, agita su mano en señal de despedida y con voz queda, dice: "Vuelva, vuelva otro día".

Antonio Mercader 

***

PS: La colección para la tertulia ya está colocada.

viernes, 1 de noviembre de 2019

NACIMIENTO Y MUERTE DEL AMA DE CASA

Editorial

El viernes pasado escuché esta recomendación de Laura Barrachina (algo menos de dos minutos, el resto es una canción de la neozelandesa Aldous HardingThe Barrel, que se deja oír muy bien).



Salí a buscar el libro.

Entre quehacer doméstico y externo, más una estúpida fiebre que me agarré (me agarró) ese mismo día, he ido navegando por la historia como he podido hasta acabarla anoche.

Divertida, brutal, fascinante, loca y furiosa, realista y mágica, prodigiosa y alucinante. Pero basta de adjetivos, que al fin y al cabo nada dicen de ella, sino de mi gusto por ella. 

La historia, para que os hagáis un idea, comienza así:

De niña, el Ama de Casa estaba siempre aletargada y polvorienta. Su madre se había olvidado de educarla y ahora le guardaba rencor. Le repetía:
—¿Qué va a hacer cuando yo no esté? Algún día me matarás de un disgusto y entonces me gustaría ver cómo te las compones sola en la vida.

Y Ama de Casa, la protagonista de la historia, se metió a vivir en un baúl que le servía de armario, de cama, de habitación, de refugio. Años después, cuando ya era una mujer joven, decide salir y aceptar el papel que toda la sociedad espera de ella... y no matar de un disgusto a su madre. 

Ahí comienza de verdad la historia de esta sorprendente novela escrita entre 1938 y 1939, cuando Italia estaba podrida por el fascismo de Mussolini y a punto de sumergirse en una guerra. Nunca llegó una traducción hasta que Pepa Linares se ha encargado de ella para la nueva colección Alianza Literaturas.

Publicada hace tan solo unos días, tal vez sea la historia que hacía falta para acabar de una vez con esa extraña creación humana que ha sido el ama de casa. Seguro que va dar mucho que hablar. Léela antes de que empiecen a aparecer reseñas y comentarios. Y si no está en tu librería habitual, pide que te la traigan: 

Paola Masino. Nacimiento y muerte del ama de casa. Alianza Lit(eraturas).

jueves, 7 de agosto de 2014

UN COMENTARIO DE J. L. RODRÍGUEZ SOBRE PAUL CELAN

Poco o nada me interesa la poesía de P. Celan. No es que yo sea una persona radicalmente optimista, pero la escritura de la desolación y la amargura absoluta del poeta rumano-alemán cae fuera de mis intereses. Si a eso le añadimos la dificultad que supone su lectura, ese cansino ir investigando para descubrir el horror de la nada, pueden comprender quienes me conocen que no sea santo de mi devoción.

Hace tiempo tuve que participar en un recital montado con sus poemas. Para prepararlo, además de su obra, manejé Estudios sobre Celan, Poesía contra poesía y Schibboleth. Creo que me adentré medianamente bien en su poesía e intenté transmitir al público el contenido de la misma lo mejor que pude. 

Hace pocos días he dejado un breve comentario sobre un texto que he venido manejando a lo largo de este curso pasado, 100 escritores del siglo XX. Ya mencioné en él sus virtudes. Hoy quiero señalar una de las reseñas, la que realiza el profesor José Luis Rodríguez sobre el poeta en cuestión. Son cinco páginas, pero en ellas dice casi tanto como en los tres títulos señalados más arriba. Un comentario preciso, claro, lleno de rigor y suficiente para entender lo esencial de la obra del poeta suicida. Se echan en falta trabajos de divulgación literaria de esta calidad.

Ahora os dejo, en la traducción de J. A. Valente, uno de los poemas más conocidos de Paul Celan:


FUGA DE LA MUERTE

Negra leche del alba la bebemos al atardecer
la bebemos a mediodía y en la mañana y en la noche bebemos y bebemos
cavamos una tumba en el aire no se yace estrechamente en él
Un hombre habita en la casa juega con las serpientes escribe
escribe al oscurecer en Alemania tus cabellos de oro Margarete
lo escribe y sale de la casa y brillan las estrellas silba a sus mastines
silba a sus judíos hace cavar una tumba en la tierra
ordena tocad para la danza

Negra leche del alba te bebemos de noche
te bebemos en la mañana y al mediodía te bebemos al atardecer bebemos y bebemos
Un hombre habita en la casa juega con las serpientes escribe
escribe al oscurecer en Alemania tus cabellos de oro Margarete
tus cabellos de ceniza Sulamita cavamos una tumba en el aire no se yace estrechamente en él
Grita cavad unos la tierra más profunda y los otros cantad sonad
empuña el hierro en la cintura lo blande sus ojos son azules
cavad unos más hondo con las palas y los otros tocad para la danza

Negra leche del alba te bebemos de noche
te bebemos al mediodía y la mañana y al atardecer bebemos y bebemos
un hombre habita en la casa tus cabellos de oro Margarete
tus cabellos de ceniza Sulamita él juega con las serpientes
Grita sonad más dulcemente la muerte la muerte es un maestro venido de Alemania
grita sonad con más tristeza sombríos violines y subiréis como humo en el aire
y tendréis una tumba en las nubes no se yace estrechamente allí

Negra leche del alba te bebemos de noche
te bebemos a mediodía la muerte es un maestro venido de Alemania
te bebemos en la tarde y la mañana bebemos y bebemos
la muerte es un maestro venido de Alemania sus ojos son azules
te hiere con una bala de plomo con precisión te hiere
un hombre habita en la casa tus cabellos de oro Margarete
azuza contra nosotros sus mastines nos sepulta en el aire
juega con las serpientes y sueña la muerte es un maestro venido de Alemania
tus cabellos de oro Margarete
tus cabellos de ceniza Sulamita

                 De Amapola y memoria.


Os dejo también este trabajo de Auralaria y el magnífico recitado de Luisa Pastor:

lunes, 27 de enero de 2020

AUSCHWITZ, SETENTA Y CINCO ANIVERSARIO



No hay obra que sea una denuncia tan total e intensa del exterminio judío realizado por el régimen nazi como la de Paul Celan. Leerlo es mantener viva la memoria de la barbarie.


FUGA DE LA MUERTE

Negra leche del alba la bebemos al atardecer
la bebemos a mediodía y en la mañana y en la noche bebemos y bebemos
cavamos una tumba en el aire no se yace estrechamente en él
Un hombre habita en la casa juega con las serpientes escribe
escribe al oscurecer en Alemania tus cabellos de oro Margarete
lo escribe y sale de la casa y brillan las estrellas silba a sus mastines
silba a sus judíos hace cavar una tumba en la tierra
ordena tocad para la danza

Negra leche del alba te bebemos de noche
te bebemos en la mañana y al mediodía te bebemos al atardecer bebemos y                       bebemos
Un hombre habita en la casa juega con las serpientes escribe
escribe al oscurecer en Alemania tus cabellos de oro Margarete
tus cabellos de ceniza Sulamita cavamos una tumba en el aire no se yace                           estrechamente en él
Grita cavad unos la tierra más profunda y los otros cantad sonad
empuña el hierro en la cintura lo blande sus ojos son azules
cavad unos más hondo con las palas y los otros tocad para la danza

Negra leche del alba te bebemos de noche
te bebemos al mediodía y la mañana y al atardecer bebemos y bebemos
un hombre habita en la casa tus cabellos de oro Margarete
tus cabellos de ceniza Sulamita él juega con las serpientes
Grita sonad más dulcemente la muerte la muerte es un maestro venido de                           Alemania
grita sonad con más tristeza sombríos violines y subiréis como humo en el aire
y tendréis una tumba en las nubes no se yace estrechamente allí

Negra leche del alba te bebemos de noche
te bebemos a mediodía la muerte es un maestro venido de Alemania
te bebemos en la tarde y la mañana bebemos y bebemos
la muerte es un maestro venido de Alemania sus ojos son azules
te hiere con una bala de plomo con precisión te hiere
un hombre habita en la casa tus cabellos de oro Margarete
azuza contra nosotros sus mastines nos sepulta en el aire
juega con las serpientes y sueña la muerte es un maestro venido de Alemania
tus cabellos de oro Margarete
tus cabellos de ceniza Sulamita


Traducción de Ángel Valente.

lunes, 15 de febrero de 2016

¡FELICIDADES, JESÚS!

Irazoki le hizo un hermoso regalo a su paisano Munárriz: una selección de 75 poemas, uno por cada año. Con todos ellos la Casa Hiperión editó este estupendo volumen

Yo me entero tarde de la celebración o, mejor dicho, me entero tarde de la aparición del libro. Hace unos días pasaba por el KM para hacerme con un par de títulos, y ahí estaba, en la estantería, esperando que yo lo cogiera.

Y ayer por la tarde, mira por dónde, me encuentro con que había sido invitado en La Estación Azul para hablar de él —a partir del minuto 8—. Luego aparece Manuel Rivas hablando de su última novela.

Que esta entrada sirva, querido Jesús, para que este año nos celebres el cumpleaños 76 con un nuevo título... con todos esos poemas que aún tienes inéditos.




MONÓLOGO DE ZIMMER (1)

No es un huésped molesto, pese a todo.
Sólo es un niño grande. Los niños, ya se sabe,
dan a veces disgustos, tabarras; también él.
Pero si está tranquilo es agradable:
charla, improvisa versos, se vuelve muy locuaz
o disfruta de la naturaleza, sonriente.

En el buen tiempo me acompaña al huerto
o a la viña y mientras yo trabajo él coge flores,
que luego olvida. El sol le hace feliz
y se abandona a su calor, sobre la hierba,
y se le va ese frío que le atrista por dentro.

Es un hombre tranquilo si se le deja en paz,
pero los críos, a veces, le importunan
y vuelve a casa de mal genio, y no hay quién pare
pasea por su cuarto como fiera enjaulada
o nos saca de quicio con el piano,
machacando las mismas teclas siempre.

Le ocurre, sobre todo, en el mal tiempo,
con el frío, la lluvia, el cielo gris,
días y días sin salir de la buhardilla,
sin cortarse las uñas ni el pelo, ni la barba,
sin asearse,
asomado al cristal con ojos idos,
perdidos en el Neckar,
taconeando el suelo horas y horas.

Pero por qué insistir en estas cosas:
todos tenemos días malos.
En general, se porta bien. Y me hace compañía.
Además, es muy entretenido
la gente que conoce. De otros tiempos.
A veces le visitan -no mucho, es la verdad-
y pasan por mi casa señorones, o escritores famosos,
o señoritas interesantísimas
que le contemplan con respeto
y le piden poemas dedicados.

Yo les ofrezco vino, o agua fresca,
o frutas en verano,
y ellos me hablan de él, de lo importante
que podía haber sido, de su talento
extrañamente roto, de su hermosura
y de la de sus versos.

Yo les cuento diabluras que me hace
y les divierten o les ponen tristes, depende,
y al despedirse, algunos, dejan unas monedas
para comprarle dulces, que le gustan muchísimo.

Cuando se van, a él le cambia la cara
y se queda pensando, ensimismado,
y está así varios días, como dándole vueltas,
rumiándolo, y entonces
yo lo observo sin que él se dé cuenta
y siempre pienso: no está loco,
sólo hace lo que quiere,
libre, en paz.

De pronto, cualquier cosa,
un gorrión, unos mirlos, una insignificancia
le vuelve a su mirar de niño grande
y sonríe otra vez, no se sabe, como a las musarañas,
y a mí me desconcierta porque lo veo ido
y también me lo creo.

De ella, no habla nunca. Si la nombran
en su presencia o le preguntan
por aquella señora,
finge no recordar o les responde
que le dio nueve hijos,
todos de altos destinos: papa, rey...
Luego, a solas, cuando no le ve nadie,
sube a su torre y llora. Yo le he oído
a través de la puerta. y me partía el alma.

En fin señores, ahora me parece
que he charlado de más
y les estoy cansando.
Como les dije, no es un huéped molesto
y estoy muy orgulloso de tenerlo en mi casa
de sencillo ebanista.
Así que vuelvan cuando quieran,
ya ven que ha sido muy correcto con ustedes
y que no le ha aburrido su visita.
Mucho me alegra haberles conocido.
Adiós, señores.
                           Zimmer.
                                          A sus pies.

(1) Ernst Zimmer es el ebanista que acoge en su casa al poeta Hölderlin después de que abandona la clínica en la que encontraba. Allí permanecerá hasta la muerte. Hölderlin escribió una magnífica novela bajo el título de Hiperión. Recuerdo y homenaje a esta obra es el nombre de la editorial que Jesús Munárriz puso en marcha, dedicada a publicar solamente poesía.