lunes, 4 de abril de 2016

EL ÁRBOL, de John Fowles. Hermoso e imprescindible

Resulta difícil clasificar este hermoso libro de John FowlesLa mujer del teniente francés—. Él lo subtitula como ensayo sobre la naturaleza y sinceramente creo que es el mejor subtítulo que se le puede dar. Sin embargo, y a pesar de todo, es tal calidez del texto, está tan lleno de elementos personales, tiene tanta carga poética, que a mí se me hace muy difícil leerlo como un ensayo. Es cierto que hay reflexión y análisis, pero está tan impregnado de la mirada, del estilo y del buen hacer del escritor creativo que el texto huye continuamente de esa etiqueta. Y por encima de todo, el libro es una estupenda declaración de amor a la naturaleza, encarnada en su ser vivo más admirable: el árbol.

Comienza Fowles recordando la infancia y la habilidad de su padre para cultivar esas típicas microjardines ingleses situados en la parte trasera de las casas. De allí extraía unas peras y unas manzanas exquisitas. De allí extrajo el niño Fowles su anhelo por los espacios abiertos y naturales, no explotados por el ser humano. De allí y del descubrimiento, por oposición al huerto familiar, de los bosques de Devon. El libro culmina su tesis —si todo indica que es un ensayo, pero...— con un breve y apasionado capítulo dedicado al bosque de Wistman. Leerlo abre de forma inmediata el deseo de estar allí.

También hay quien ve esperanzas en las soluciones racionales, basadas más en la educación y el conocimiento, en la administración y en la legislación. Por mi parte, les deseo lo mejor, pero soy pesimista al respecto. Nunca podrán reparar por sí solos los destrozos que han causado ya la ciencia y la "razón". Mientras sigamos considerando que la naturaleza es algo que está fuera de nosotros, que está más allá de nuestras fronteras, como un elemento extranjero, apartado, la habremos perdido por completo, tanto en el exterior como en nuestro interior. Es imposible separar esas dos naturalezas: la privada y la pública, la humana y la no humana, del mismo modo que jamás podremos entender la naturaleza, o la vida misma, por medio de otra persona, a través d elos ojos de otros o de las experiencias de otros, indirectamente. Y en última instancia, no nos pueden ayudar ni el arte ni la ciencia, por muy grandiosos, por muy profundos que sean (p. 89).

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