María Eloy García: ´Los habitantes del panorama´
Lara Moreno, Daniel Llamas y María Hesse: ‘Tempestad en víspera de viernes’
Hora emisión online: 19:00
"El espacio puede tener un horizonte y el tiempo un final, pero la aventura del aprendizaje es interminable". Timothy Ferris. La aventura del Universo.
María Eloy García: ´Los habitantes del panorama´
Lara Moreno, Daniel Llamas y María Hesse: ‘Tempestad en víspera de viernes’
Fuente:watsonlittle.com |
Editorial |
Imagen obtenida ayer, 28 de noviembre de 2020, a las 21:20. |
De entre todos ellos, el más destacado fue el de la primera vez que un ser humano pisó la superficie lunar (16 de julio de 1969, Armstrong baja del módulo lunar y dice: Es un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad). A partir de entonces, una vez ganada la competición, el interés general decayó y las noticias fueron relegándose a páginas interiores y a la especialidad científica.
La gente que supere los sesenta años recordará, seguramente, nombres como Pionner, Luna, Surveyor, Soyuz y, por supuesto, Apollo. Hay más, pero esos son los programas que alcanzaron mayores éxitos o, por las razones que fueran, los más conocidos. Algunos de ellos, como el programa Luna de la URSS, llegaron a tener más de una veintena de misiones.
En algunas ocasiones, cuando miramos a nuestro satélite en noches de luna llena, mientras la vemos grande y redonda, y aunque carezcamos de intereses científicos o astronómicos, nos preguntamos por dónde andarían Armstrong y Aldrin, los del Apollo 11.
Pues bien, ahí he dejado dónde alunizaron otros módulos del mismo programa, pero de misiones posteriores. Todos ellos son lugares identificables con prismáticos. No es necesario recurrir a un telescopio y podéis aprovechar estos días en que la luna está grande y redonda para imaginar vuestras historias. Otro día colocaré los más destacados del programa soviético, Luna.
IMPORTANTE: Yo tengo un telescopio reflector, de espejos. Esto quiere decir que yo veo los objetos invertidos. Si vosotros miráis con unos prismáticos, veréis Tycho (ese cráter del que salen brazos de estrella muy marcados) en el sur, que es donde está. O sea, así:
La traigo hasta aquí por si no habéis tenido la oportunidad de verla, pero antes un pequeño fragmento del poema sobre el que se inicia la conversación:
De repente, salir para
Escudo de Sulmona. Fuente: Wikipedia. |
Sulmona (la Sulmo latina), pequeña localidad italiana, más o menos en la misma latitud que Roma, pero situada en el otro lado de la bota, al lado del Adriático, también tiene sus siglas identificativas —SMPE— y hasta su divertida anécdota latina.
Si la ciudad eterna lleva con orgullo en sus genes y en todo el aparato turístico las siglas que identificaban su forma de gobierno; Sulmona, más literaria y orgullosa de sus insigne hijo, ha recogido el primer hemistiquio del tercer verso de la décima elegía del cuarto libro de Tristia:
Ille ego qui fuerim, tenerorum lusor amorum,Fuente: Poetika. |
El libro es un recorrido anecdótico-biográfico por treinta y cinco obras de épocas y movimientos muy variados, cuyo nexo de unión, supongo, es el gusto personal del autor y el aprecio que tiene hacia algunos temas con los que se siente más cómodo para escribir: reivindicación de la igualdad entre mujeres y hombres, denuncia de la injusticia social y del dolor que esta provoca, la belleza como territorio del arte, búsqueda de lo emotivo, intersección entre el lenguaje poético y el narrativo...
El libro no es ni pretende ser un ensayo de divulgación artística a la manera en que lo son, por ejemplo, las explicaciones que ofrece el personal especializado del Museo del Prado sobre las obras que periódicamente va presentando. Ni tampoco al estilo de Los secretos de las obras de arte. Es decir, Carlos del Amor se mueve por los alrededores de la obra artística y no por su interior. Esto, sin duda, aporta un atractivo mayor para una gran parte de la población, porque permite contar con mayor facilidad. De hecho, es lo que hace al inicio de cada capítulo, imaginar a manera de brevísimo relato alguna circunstancia en torno a la obra o a quien la creó.
Sorprendente, en cambio, me parece que un libro impreso, que va por la tercera edición, que ha recibido un premio importante y que se ha publicado en una casa de prestigio, no haya sido leído con mayor atención antes de salir a la calle. Las erratas son pocas, cierto, pero no tendría que haber ninguna en una publicación de este nivel. Y menos la horrenda construcción de infinitivo con omisión del verbo personal, que hasta el propio manual de estilo de la entidad en la que trabaja recuerda que se debe evitar. Espero que la cuarta edición salga revisada.
No creo que me equivoque si digo que esta es la obra de un científico, de un investigador, apasionado con su trabajo y entusiasmado con la divulgación, que pone al alcance de cualquiera cuál es el estado de la cuestión, qué podemos suponer, qué nos es dado imaginar y qué es lo que efectivamente sabemos sobre la vida más allá de nuestro diminuto planeta. Y es que Carlos Briones, a quien he tenido el placer de escuchar en directo en varias ocasiones, parece que lo sabe todo sobre el tema. Y cuando digo todo quiero decir todo, no solamente cuanto tiene que ver con su especialidad como bioquímico y biólogo molecular entregado a la investigación astrobiológica.
Por el texto van desfilando referencias y citas del mundo del cine, de la literatura, de la música, la ecuación de Drake, el programa SETI, la señal Wow!, la estrella Tabby, cuanto tiene que ver con la ciencia ficción, y con la ficción a secas. Desde Lucrecio a Saint-Exupéry, Sagan o el mismísimo Winston Churchill. Deliciosa la cita del primer ministro británico, no os la perdáis (p 474), o la de Brian May, guitarrista de Queen y ¡doctor en astrofísica!
Y qué decir de esas conversaciones de café que se trae con especialistas al acabar cada uno de los capítulos. Broche de oro a sus palabras. Mirad qué pedazo nómina: Muriel Gargaud, Emmanuelle Javaux, Ricardo Amils, Víctor Parro, Michel Viso, J. A. Rodríguez Manfredi, Olga Prieto Ballesteros, Jonathan I. Lunine, Joseph A. Nuth, Luisa Lara, Aki Roberge y David Dunér.
Hacer divulgación requiere claridad y sencillez, además de hacerlo de manera atractiva para que quien lee se sienta a gusto con el texto. En este sentido, e independientemente de que los descubrimientos avancen de manera significativa en este terreno, yo creo que la belleza y la verdad —Keats al fondo— que nutren las páginas del libro van a permanecer inalterables durante mucho tiempo. Es un regalo tanto para nuestro deseo de conocimiento como para nuestro sentido estético.
Dicho esto, conviene advertir que para poder acceder al estudio de la vida extraterrestre ha sido necesario pasar por muchas etapas previas para que la cuestión quede bien delimitada y se entienda. Etapas como intentar responder a la difícil cuestión de qué es la vida, cuál es su origen, qué es eso de la química prebiótica, quién es ese tan importante llamado LUCA, cuánto hay de azar y de necesidad en todo ello o por qué es tan esencial el agua y el carbono para estar donde estamos. Y el autor se abre camino por tan graves cuestiones con absoluta soltura y nos va seduciendo con su prosa ágil.
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Nota para despistados: este es un libro de divulgación científica. Todavía no tenemos ninguna evidencia de vida más allá de nuestro planeta. Es muy probable que haya incluso vida inteligente en alguna parte del universo. El único problema es que el universo es muy, muy, pero que muy grande. Así, pues, desengañémonos. Podremos observar los planetas extrasolares desde la superficie o la órbita de la Tierra, aprenderemos cada vez más sobre ellos e incluso quizá encontremos señales moleculares de vida en algunas atmósferas. Esa es la ciencia real. Pero están a tantísima distancia de nosotros, incluso los más cercanos, que es una fantasía pensar que en algún momento vamos a poder viajar hasta allí. Por tanto, limitemos nuestro entusiasmo (p 427, palabras recogidas de Michel Mayor).
O dicho a la manera de James Miller, en A small fiction:
Aquí puedes encontrar la librería más próxima a tu casa que dispone de ejemplares. |
Captura de pantalla del blog Los viajes de Lola Flores |
No sé si has llegado hasta aquí buscando información sobre los viajes que hizo o no hizo la peculiar cantaora, si lo que te interesa es el flamenco, la vida privada de Lola Flores o ir algún día a Islandia para comprobar si puedes ver una aurora boreal. A lo mejor te desilusiona saber que lo que estoy haciendo es recomendarte un blog en el que se habla de unos tipos que se pegaron un viaje hasta el país de los géiseres. Pero no es tampoco un blog de viajes. O, para ser más preciso, no es un blog al uso sobre viajes.
En Los viajes de Lola Flores no vas a encontrar recomendaciones sobre dónde alojarte, qué época del año es la mejor para viajar, cuál es el medio de transporte más adecuado para moverte por la isla, qué equipaje te conviene llevar y ese tipo de indicaciones prácticas que aparecen en las páginas llenas de publicidad de las agencias de viaje y de guías turísticos. No, no vas a encontrar nada de eso.
—Entonces, ¿por qué rayos lo estás recomendando?
Pues porque es muy original, juega mucho con el humor, los tópicos y los estereotipos; tiene una escritura llena de chispa e incluso descarada, y no pretende venderte ni convencerte de nada. Por eso. Y, además, no sé quién es su autor, pero sí quiénes son los fotógrafos que el autor se llevó con él hasta la isla vikinga: Paolo (en su Instagram podéis ver más fotografías) y Aitor (en este caso, Flickr).
Disfrutad del texto y las imágenes: Los viajes de Lola Flores.
Tony Wheeler es uno de los socios cofundadores de Lonely Planet. O sea, que se le da muy bien viajar, aunque un poco menos bien lo de escribir. De hecho, la frase más interesante de cuantas ha escrito en este librito (94 páginas) para explicarnos por qué seguiremos viajando después de la COVID-19 y por qué lo haremos de otra manera, es esta: Viajar nunca es inocuo. Comparto la afirmación, aunque podría matizarla diciendo que no debería serlo. Casos hay. Con ella se inicia el último apartado, el que lleva por título A modo de conclusión.
Lo mejor del libro es una cita que incluye en la página 88. Pertenece a Ana Briongos y está tomada de Negro sobre negro: Irán, cuadernos de viaje:
Tenía 20 años, viajaba sola, y no tuve nunca ningún problema. Había dejado atrás, por una temporada, la facultad de Física de Barcelona con sus clases, sus prácticas y sus exámenes, para sumergirme en esa universidad permanente que es el recorrer países y conocer a sus gentes. No son solo los bosques, los mares, los ríos, los desiertos, los caminos y los amaneceres; como tampoco son los monumentos ni los museos: son los hombres y las mujeres y los niños que en esos caminos y desiertos viven, de los que se aprende. Viajar de joven es importante, se viaja ligero de equipaje y ligero de bolsillo y se tiene el corazón como una esponja. Los caminos del mundo son una escuela donde se templa el espíritu y se afianzan la tolerancia y la solidaridad. Se aprende a dar y a recibir, a mantener las puertas abiertas de la casa y del espíritu y sobre todo a compartir. Se aprende a disfrutar de lo poco, a valorar lo que se tiene, a ser feliz en la austeridad y a festejar la abundancia. Se aprende a escuchar y a mirar y se aprende también a querer. Los jóvenes de los países de la abundancia tendrían que dedicar un año de su vida, antes de que las obligaciones familiares o profesionales los dejen atados para siempre, a viajar por los caminos del mundo, de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, con la mochila a la espalda. Perderían un año en la carrera del éxito —¡qué es un año!—, pero ganarían como personas porque se les ensancharía el horizonte, muchas veces reducido a conseguir una décima más en un examen, y el mundo entero saldría ganando.