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lunes, 17 de octubre de 2022

GOETHE Y LA CATEDRAL DE ESTRASBURGO

Portada principal de la catedral de Estrasburgo.

 Cuanto más contemplaba su fachada, tanto más se reforzaba y desarrollaba aquella aquella primera imporesión de que en ella se había aliado lo sublime con lo agradable. Si no queremos que lo colosal nos asuste cuando se nos aparece en toda su dimensión, si no queremos que nos aturda al tratar de escudriñar su particularidad, tiene que darse una unión antinatural y aparentemente  imposible: a lo colosal debe añadirse lo agradable. Pero como solo nos resulta posible expresar la impresión de la catedral al imaginar unidas aquellas dos cualidades irreconciliables, resultará fácil deducir la alta estima en la que debemos tener a este antiguo monumento. A continuación emprenderemos seriamente una descripción de cómo pueden imponerse y relacionarse pacíficamente elementos tan antagónicos (Poesía y verdad, libro IX, p 91).


Este párrafo y las tres páginas que siguen forman parte de una de las primeras revalorizaciones del arte gótico, tan desprestigiado durante los siglos XVI y XVII. Fueron la Ilustración e intelectuales como Goethe y Hegel, quienes con sus escritos impulsaron un cambio en la apreciación de este estilo arquitectónico.

Y hay una curiosa anécdota que dota de atractivo especial a la catedral. Tiene que ver con la estancia de Goethe en la ciudad para estudiar Derecho y con su enorme fuerza de voluntad. Así la contaba él:

En esta casa de la calle Vieux-Marché-aux-Poissons estuvo alojado durante esos dos años.

Pero por encima de todo me atemorizaba un mareo que me acometía cada vez que bajaba la vista desde alguna altura. quise eliminar todos estos defectos y, como no quería perder tiempo, lo hice de un modo algo brusco. Por la noche, durante la retreta, pasaba por delante de todos los tambores, cuyos violentos redobles y compases parecía que iban a hacerme estallar el corazón en pedazos. También subía al punto más alto de la torre de la catedral y permanecí sentado cerca de un cuarto de hora en el llamado pináculo, justo debajo del remate —o de la corona, si se prefiere—, hasta que reuní el valor suficiente para salir al exterior, donde en una plataforma de apenas una vara de lado y sin poder agarrarme especialmente a nada, podía ver frente a mí la interminable región, al tiempo que el entorno y los adornos más próximos tapaban la iglesia y todo lo que me sostenía. Era exactamente como verse elevado por los aires en un montgolfier. Me sometí a este temor y tortura tantas veces como hizo falta para que la impresión se me volviera completamente indiferente (p 383, misma edición).


Otra curiosidad: hoy los 142 metros de altura que tiene pueden parecernos poca cosa, pero en vida del escritor alemán era el edificio más alto del mundo y los siguió siendo hasta 1874. 

También alberga un fascinante reloj astronómico que merece la pena ver en funcionamiento.


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Путин, немедленно останови войну!

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