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jueves, 18 de enero de 2024

LA DAMA Y EL UNICORNIO


 El Museo de Cluny o Museo Nacional de la Edad Media no es uno de esos espectaculares y grandiosos museos de París, pero tiene una fantástica colección de arte medieval, y no lo digo solamente por este estupendo relicario en el que se pueden ver representados los tres Magos. Allí están, por ejemplo, tres hermosas coronas votivas del tesoro de Guarrazar, que sirven para recordar el vergonzoso asunto de la pérdida de patrimonio a causa del egoísmo y avaricia personal y de la ineficaz acción administrativa de otro tiempo. 

En él se encuentran, recuerdo de la barbarie de las turbas revolucionarias, las cabezas (y otras partes del cuerpo) de los reyes de Judea, que formaban parte de la decoración exterior de Notre-Dame.



O copas como estas, que reproducen en su interior ahumado obras de arte:

La batalla de San Romano, Paolo Uccello.

El grito, E. Munch.

Pero posiblemente la sala más emblemática del museo sea la que recoge en medio de la penumbra y siempre bajo vigilancia del personal los maravillosos tapices de la dama y el unicornio. La mucha gente y la escasa iluminación hacían que realizar alguna fotografía con cierta calidad fuera tarea casi imposible. Dejo aquí un par, pero os recomiendo que para ver los tapices con solvencia, acudáis a la página del museo o a Wikipedia, que tiene unas imágenes muy decentes.

À mon seul désir

Olfato
Los seis tapices se interpretan como una representación de los sentidos, menos el más famoso de todos, que es el primero que he colocado y el que lleva la leyenda À mon seul désir —solo a mi deseo—, que se suele explicar como una alegoría del amor o de la comprensión. 

En la actualidad son muy conocidos gracias al cine. La serie de Harry Potter tiene mucho que ver en esta historia, pero hay más películas. Tal vez la mayor responsable de que empezaran a ser apreciados por el público en general fuera la novelista George Sand, quien escribió un primer artículo en 1847 al que siguieron otros trabajos y citas. Tampoco hay que olvidar que Rilke habla de ellos con detalle en Los cuadernos de Malte Laurids Brigge.

En fin, que son una joyita del arte de transición entre los siglos XV y XVI, y que más allá de lo que puedan representar su mayor encanto se encuentra en ese delicioso equilibrio entre objeto, forma y color que hace que permanezcamos atrapados por su atractivo sin desviar la mirada.

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