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sábado, 3 de julio de 2021

LAS SIETE EDADES, cuatro poemas

Editorial

Sigo leyendo a Glück. Insisto en la idea de la poesía como conocimiento de la que hace gala la autora y me remito a otros comentarios anteriores. Hoy, simplemente, os dejo cuatro poemas del libro.


LAS SIETE EDADES



En mi primer sueño el mundo parecía
lo salado, lo amargo, lo prohibido, lo dulce
En mi segundo sueño descendía,


era humana, no veía nada de nada
bestia como soy

debía tocarlo, contenerlo

me escondí en la arboleda,
trabajé en los campos hasta que quedaron yermos

un tiempo
que nunca volverá-
el trigo seco en gravillas, cajones
de higos y aceitunas

Hasta amé alguna vez, a mi manera
repugnante, humana

y como todo el mundo llamé a ese logro
libertad erótica,
por absurdo que parezca

El trigo cosechado, almacenado; seca
la última fruta: el tiempo
que se acumula, sin usar,
¿también termina?

En mi primer sueño el mundo parecía
lo dulce, lo prohibido
pero no había ningún jardín, solo
la materia prima

Era humana:
había rogado descender 
la sal, lo amargo, lo difícil, lo preventivo

Y como todos tomé, fui tomada
soñé

fui traicionada:

la tierra me fue dada en un sueño
En un sueño la poseí






ISLA



Las cortinas se abrieron. La luz
entrando. Luz de luna, después de sol.
No cambiaba por el paso del tiempo
sino porque cada momento tenía muchos aspectos.


Lisiantos blancos en un florero cascado.
Sonido del viento. Sonido
del agua que lame la costa. Y las horas que pasan, las blancas velas
luminosas, el barco anclado que se mece.


Movimiento aún no encauzado en el tiempo.
las cortinas que se mueven o flamean; el momento
centelleante, una mano
que se retira, luego avanza. Silencio. Y después


una palabra, un nombre. Y después dos palabras más:
otra vez, otra vez. Y el tiempo
rescatado, como un pulso
Entre la inmovilidad y el cambio. El final de la tarde. Lo que pronto


se perderá convirtiéndose en recuerdo; la mente abrazándolo. El cuarto
otra vez reclamado, como una posesión. Luz de sol,
Después de luna. Los ojos acristalados por las lágrimas.
Y después la luna que se deslíe, las blancas velas hinchándose.






LA MUSA DE LA FELICIDAD



Las ventanas cerradas, el sol que asoma.
El sonido de unos pocos pájaros;
el jardín empañado por un ligero vaho de humedad.
Y la inseguridad de la gran esperanza
esfumada de repente.
Y el corazón aún alerta.


Y mil pequeñas esperanzas que nacen,
no nuevas pero sí recién admitidas.
Afecto, comer con amigos.
Y la estructura de ciertas
tareas adultas.


La casa limpia, en silencio.
La basura que ya no es necesario sacar.


Es un reino, no un acto de la imaginación:
y todavía muy temprano,
se abren los capullos blancos de penstemon.


¿Es posible que por fin hayamos pagado
con suficiente amargura?
¿Qué no se exija sacrificio,
que la angustia y el terror se hayan considerado
suficientes?


Una ardilla corre sobre el cable del teléfono,
con una corteza de pan en la boca.
Y la estación demora la llegada de la oscuridad.
De manera que parece
parte de un gran don
que ya no hay por qué temer.


El día despliega, pero muy gradualmente, una soledad
que ya no hay por qué temer, cambios
leves, apenas percibidos…
El penstemon que se abrió.
La posibilidad
de seguir viéndolo hasta el fin.






MEMORIA


Nací prudente, bajo el signo de Tauro.
Crecí en una isla, próspera,
en la segunda mitad del siglo veinte;
la sombra del Holocausto
apenas nos rozó.

Tuve una filosofía del amor, una filosofía
de la religión, ambas basadas
en mis primeras experiencias de familia.

Y si cuando escribí sólo usé unas pocas palabras
fue porque el tiempo siempre me pareció corto,
como si pudieran arrancármelo
en cualquier momento.

Y mi historia, de todos modos, no era única
aunque, como todo el mundo, tenía una historia,
un punto de vista.

Unas pocas palabras fueron todo lo que necesité:
nutrir, sostener, atacar.

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