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domingo, 26 de abril de 2020

COLERIDGE, DESESPERACIÓN

Editorial
Decía Pujals en su magnífica Historia de la Literatura Inglesa que Coleridge (1772-1834) era el poeta enamorado de los sucesos extraordinarios. Y es cierto que toda su obra, la que dejó inacabada y la que dio por terminada, rezuma singularidad, misterio y fantasía. Lo que no sé es en qué medida su inclinación a moverse por territorios tan inestables e inseguros se debía al trastorno bipolar que dicen que padecía —en cualquier caso, sus hermanos, alegando locura, consiguieron que lo licenciaran cuando ingresó en el ejercito— , a su adicción al opio, a las características propias del romanticismo o, tal vez, a una mezcla de todo ello. Sea como fuere, lo cierto es que nos ha dejado algunos de los poemas largos, y casi siempre inconclusos —excepto La oda del viejo marinero—, más bellos escritos en inglés.

De entre los poemas cortos recojo uno que suele gustar especialmente a la adolescencia, muy dada a vivir al borde de la desesperación y a caminar por entre los extremos. Recuerdo una compañera de la época de estudiante que lo llevaba pegado en la carpeta y decía que era el poema más "importante" de su vida.

DESESPERACIÓN

He experimentado 
lo peor, lo peor que el mundo puede infligir,
eso que hace la vida indiferente,
importunando con un susurro
la oración de los moribundos.
He contemplado la totalidad, en donde
mi corazón tenía interés por la vida,
para ser desviado y arrebatadas mis esperanzas.
Nada resta ya. ¿Para qué seguir viviendo entonces?
Aquel rehén, que el mundo mantiene cautivo
otorgado por mí como promesa de vida;
aquella esperanza suya, o más bien pura fe
en su amor quieto, que celebró en mí su tregua
con la tiranía de la vida, se han ido. ¡Ah! ¿Adónde?
¿Qué puedo responder? ¡Se han ido! ¡Y ahora
puedo romper el infame pacto, este vínculo de sangre
que me ata a mí mismo! ¡Y lo romperé!

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