No lo sé, pero seguramente la imagen tópica y más extendida que tenemos de Unamuno sea la de una persona más bien arisca, tal vez peleona y profundamente sumida en sus ideas. Vamos, como muy intelectual y alejado del mundo de afectos y sentimientos.
Quien haya leído su poesía —digo su poesía, no unos cuantos poemas cogidos de aquí y de allá—, tendrá una visión distinta del intelectual, seguramente más próxima a lo que podemos imaginar que era el hombre individual Unamuno, lleno de trances, dudas, contradicciones, inseguridades y también, por qué no, de momentos de ternura.
¿No te acuerdas, mi amor, que te decía
cómo en mi seno luchan
por darse a luz oscuros pensamientos
sin voz y sin figura?
...
Callemos ya, mi amor, en el silencio
la dulcedumbre de la pena guarda;
callemos ya, mi amor, harto te dije,
voy a callarme... ¡calla!
El poema —"Por dentro"— podéis leerlo completo aquí.
Es solamente un ejemplo de que también él, como todos nosotros, tenía muchas más facetas, era mucho más poliédrico, que lo que unas pocas páginas nos puedan ofrecer. Y quiero dejar aquí un pasaje de la correspondencia con su amigo Joan Maragall, que tenía subrayado hace tiempo y que hoy, antes de la tertulia, traigo hasta aquí, para disfrute de todo aficionado al ilustre rector salmantino. Es este:
En su última carta me hablaba usted de mi tienda de campaña. Sí, en mi vida de lucha y de pelea, en mi vida de beduino del espíritu, tengo plantada en medio del desierto mi tienda de campaña. Y allí me recojo y allí me retemplo. Y allí me restaura la mirada de mi mujer, que me trae brisas de mi infancia. Nos conocimos, de niños casi, en Bilbao; a los doce años volvió ella a su pueblo, Guernica, y allí iba yo siempre que podía, a pasear con ella a la sombra del viejo roble, del árbol simbólico. Y allí me casé. A mi mujer la alegría del corazón le rebosa por los ojos, y ante ella tengo vergüenza de estar triste. Un día, hace años, cunado me preocupaba lo cardíaco, al verme llorar presa de congoja, lanzó un ¡hijo mío! que aún me repercute. Y ésta es mi tienda de campaña (Unamuno-Maragall. Epistolario y escritos complementarios. p 58. La negrita es mía).
Esta tierna historia contado por él mismo a su amigo nos recuerda que somos mucho más que lo que nuestras obras dan a ver, e infinitamente más que lo que cualquier libro pueda recoger de nuestras vidas.
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