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domingo, 4 de agosto de 2019

ESTRASBURGO Y SUS HISTORIAS

Parlamento y Consejo de Europa
Toda ciudad tiene cientos de historias guardadas entre sus piedras. Algunas aparecen en los libros de estudio y se conectan con una historia mayor, que es la que recoge la memoria histórica del país en la que se encuentra esa ciudad. 

Estrasburgo es rica en ellas. No en vano ha formado parte del Imperio romano, del Reino de Austrasia, del Ducado de Borgoña, del Sacro Imperio Romano Germánico, de Francia, del Imperio alemán, y de Francia nuevamente. Eso sin hacer mención de su centralidad europea y de su fuerte vocación simbólica como lugar de encuentro y aglutinante de los esfuerzos por construir las señas de identidad del continente.

Hay, en cambio, otras historia más pequeñas, o, si se prefiere, menos verídicas, pero no por eso menos significativas. Esas suelen ser las que prefiero y las que busco cuando voy a lugares que desconozco. De esas, esta ciudad tiene un par de ellas muy atractivas. Una, referente al Diablo; otra, a las cigüeñas.


Rue Mercier con tentaciones por todas partes; la mayor, al fondo.
Cuentan que hace mucho, mucho tiempo el Diablo andaba dando una vuelta montado sobre el viento y que, de repente, vio su figura esculpida en la fachada de esta hermosísima catedral. En ella, según dicen, aparece tentando a unas muchachas —yo por más que busqué, no encontré dicha escena—. Le debió de gustar la representación y, curioso, decidió averiguar más sobre ese edificio que tan buena imagen proyectaba de él. 

Puesto a ello, se bajó del viento y se introdujo en el coro. Sin embargo, no tuvo fortuna con el momento elegido, porque en ese momento se celebraba la misa y el pobre quedó atrapado en uno de los pilares del templo. Desde entonces, el viento sigue dando vueltas en el exterior, aguardando a que el Diablo aparezca. 


En cuanto a las cigüeñas, sabido es que son el símbolo de Alsacia, aunque tal vez no sea tan conocida esta leyenda que nos habla de enanos, de cigüeñas y, por supuesto, de bebés. 

Dicen los lugareños que las parejas que deseaban tener descendencia iban a expresar su deseo a una fuente que había en uno de los rincones de la Plaza Gutenberg, muy cerca de la plaza donde se encuentra la Catedral. Esa fuente comunicaba con un lago subterráneo situado, precisamente, debajo del edificio religioso. 

Un enano vestido de rojo escuchaba el deseo con las indicaciones sobre qué tipo de bebé querían —todo muy a la carta—, acudía al lago y pescaba con una red el alma de la aún no nacida criatura y se la llevaba a una cigüeña. La cigüeña cumplía con el servicio de mensajería y la depositaba, ya con cuerpo, junto al pozo que había en el lado sur de la Catedral, a donde iban los padres para recogerla. De ahí que se llamara pozo de los bebés.

La leyenda no dice en qué momento el alma adquiría un cuerpo y la realidad es que las cigüeñas han estado a punto de desaparecer de Alsacia. Se reintrodujeron hace unos cuarenta años y alguna debe de haber, aunque yo no conseguí ver ningún nido sobre las torres de las iglesias estrasburguesas. Lo que si había era invaders que las recuerdan en algunas esquinas de la ciudad, obra, sin duda, de ese artista urbano que tanto preserva su identidad.



Aquí tenéis más fotos de la ciudad.

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