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lunes, 13 de mayo de 2019

LOS ASTROS CIEGOS, un poema de Gerardo Diego


        Yo los vi.
        Yo los vi. 
En verdad os digo 
        que existen.
Son unos de aromas
fragancias inéditas,
perfumes nuevos y enervantes—
se abren como crisantemos
y menean sus pistilos
como niños en la cuna
       boca arriba.



Otros son de música
y suenan largamente
con sones infantiles
de zarzuelas desteñidas
en cajas de magia.
Los hay también
que nos rozan las yemas
de los dedos, suaves
pieles de mujeres
       celestes.



Son los astros que suenan
las músicas nocturnas.
Los que huelen
las esencias nocturnas.
Los que besan
los éxtasis nocturnos...
Aquella noche
fosforecían todos. ¡Divinos
       fuegos artificiales!

             Obras completas, tomo II, pp 1137-39. (La edición de Aguilar fue luego asumida por Alfaguara).

Que nos sintamos fascinados por el cielo nocturno es algo bastante corriente. Que los poetas pongan en verso esa fascinación, también. La música de las esferas ha prolongado su atracción mucho más allá del estricto conocimiento que la investigación nos daba. 

Lo que resulta extraordinario, y tal vez explique la temprana atracción de Gerado Diego por las estrellas, es que, cuando aún no había salido de la pubertad, le diera clases de Geografía un catedrático premiado en la Exposición Universal de París (1900) por la realización de, en aquel tiempo absolutamente novedoso, un Mapa del cielo. Aquel mapa estaba colocado en una de las paredes del aula del entonces Instituto General y Técnico de Santander, donde Gerardo Diego ingresó en 1906, hoy IES Santa Clara. El profesor era Antonio Torres Tirado.

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