Los obituarios sirven, por lo menos, para hacer presente una existencia de la que no sabíamos nada. Este es mi caso con respecto a John Ashbery, poeta del que lo ignoraba todo. Durante estos tres meses he ido leyendo, por este orden, Pirografía, El doble sueño de la primavera, Galeones de abril, Un país mundano y Una ola. Unos me fueron llevando a otros, aunque debo reconocer que el orden ha dependido básicamente de la disponibilidad de los mismos en las bibliotecas. Destaco el primero porque es una antología que recoge poemas de todos los títulos publicados hasta Una ola, 1984, y eso siempre ayuda a tener una idea general.
John Ashbery ha sido considerado el poeta vivo —hasta septiembre— americano más innovador e influyente, aunque tal vez la expresión que mejor recoge el estado de opinión general sobre él sea la del profesor Stephen Burt, y que aparece citada en Wikipedia: la última figura viva de la que la mitad de los poetas en idioma inglés piensan que es un gran modelo y la otra mitad lo cree incomprensible.
Ciertamente, Ashbery no es un poeta sencillo, ni sus poemas son de esos que se pueden sacar en una conversación mientras vamos charlando amigablemente en un medio de transporte público. O sí, pero nos iban a mirar un poco raro. Pero tampoco debería importar mucho esa primera dificultad, porque está abundantemente estudiado, si lo que queremos es penetrar en referencias y significados varios. Incluso quiénes son sus progenitores poéticos —con o sin angustia—.
En cualquier caso, si pasas por aquí y eres de las personas a las que les gusta entenderlo todo, enhorabuena, porque vas a tener lectura para rato y en invierno necesitamos más de ellas. Y si eres de las que disfrutan con las sensaciones que va dejando un poema leído en voz alta, igualmente enhorabuena, porque el estilo de Ashbery se presta a la producción de imágenes y evocaciones, incluso contrapuestas.
Os dejo uno de los que más me ha gustado:
MIENTRAS LLEGABAS DE LA SAGRADA TIERRA
del oeste del estado de Nueva York
estaban las tumbas conformes en sus arbustos
hubo una nota de pánico allí en el tardío viento de agosto
porque el anciano se había meado nuevamente los pantalones
hubo allí un rechazo del tardío brillo vespertino
como si eso también pudiese esfumarse
estaba cualquier cosa de éstas presente
y cómo podría ser aquello
la solución mágica para lo que estás pasando hoy
sea lo que sea lo que te haya mantenido inmóvil
como esto tan dilatado a través de la oscura estación
hasta ahora las mujeres irrumpen de azul marino
y los gusanos emergen del abono para morir
es el final de toda estación
tú leyendo allí tan correctamente
sentado no deseado ser perturbado
mientras llegabas de esa sagrada tierra
qué otros signos de adhesión terrestre estaban en ti
qué signo marcado en la encrucijada
qué letargo en las avenidas
donde todo se dice en murmullos
qué tono de voz entre los setos
qué tono debajo de los manzanos
la cifrada tierra se extiende
y tu hogar se construye mañana
pero de hecho no antes de una revisión
de lo que es correcto y fracasará
no antes del censo
y la escritura de los nombres
recuerda eres libre para vagar
como en otros tiempos otras escenas acontecían
la historia de alguien que llegó demasiado tarde
el tiempo está maduro ahora y el refrán
está incubando mientras las estaciones varían y tiemblan
es finalmente como si ese objeto de monstruoso interés
estuviese sucediendo en el cielo
pero el sol se pone y te previene de observarlo
fuera de la noche la señal emerge
sus hojas al igual que pájaros ardiendo simultáneamente bajo un árbol
acortadas y sacudidas nuevamente
libradas a un débil furor
entendiendo como la mente entiende que nunca sucederá
ni aquí ni ayer en el pasado
sólo en el hueco del día llenándose
como el vacío se distribuye
en la idea de cuál será la hora
cuando esa hora ya terminó.
De Autorretrato en un espejo convexo. Traducción, Martín Rodríguez-Gaona.
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