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jueves, 7 de diciembre de 2017

LA VENUS DEL ESPEJO. LA HISTORIA DETRÁS DEL CUADRO

Fuente: Wikipedia. Para ver con detalle: National Gallery.
Velázquez pintó este cuadro hacia 1646. Es el único desnudo que realizó y no tiene nada que ver con los desnudos que se practicaban en la época, los de TizianoTintorettoRubens o Rembrandt, por ejemplo. No hay historia, no hay paisaje, no hay prácticamente habitación, no hay otros personajes, excepto el Cupido que sostiene el espejo, necesario para indicarnos que se trata de una escena mitológica. Es, además, el único desnudo español hasta la Maja desnuda de Goya, datada en torno a 1800. Tan solo hay una mujer tendida de espaldas al observador, que contempla su rostro en el espejo.

Estamos a mediados del siglo XVII. La idea del Sacro Imperio Romano Germánico dirigido por un monarca español, que Carlos V había intentado, está muerta y enterrada con la Paz de Westfalia. Felipe IV, quien entonces ocupaba el trono, era un personaje al que le faltaba la energía de su bisabuelo: melancólico, débil, abúlico e incapaz. Velázquez era el pintor de la corte, encargado, por tanto, de retratar al monarca y su familia. Es en este contexto histórico en el que se produce La Venus del espejo.

Las circunstancias personales, que posiblemente sean las que expliquen el origen de la pintura, eran estas: la esposa del monarca, Isabel de Borbón, había muerto en 1644; el príncipe heredero, Baltasar Carlos, dos años después. Y todo esto en un ambiente morbosamente religioso, lleno de prohibiciones y creencias cuando menos pintorescas. Un ejemplo: nadie que no fuera el rey podía ni siquiera rozar a la reina. No es broma: la reina Isabel se cayó un día del caballo y quedó enganchada en el estribo. Dos caballeros acudieron en su ayuda. Tuvieron que huir después de salvarla, pues la habían, inevitablemente, tocado. Solo la insistente intercesión de la propia reina hizo posible su regreso.

La escena que recoge el cuadro de Velázquez no cuenta nada. No alude a ninguna historia mitológica. Es una obra realizada para ser contemplada. Pero es que, además, es una obra prohibida —todos los desnudos lo estaban— y Velázquez lo sabía. La vestimenta española de entonces era tan rígida que lo tapaba todo, excepto el rostro y las manos. Curiosamente lo que aquí se esconde o difumina. 

Si pintar desnudos estaba prohibido y el autor lo sabía, si Velázquez nunca pintó nada para sí mismo, y si parece evidente que se trata de un óleo para la contemplación, antes de que existiera la idea del arte como placer estético, parece indiscutible pensar que es un encargo del mismo rey, la única persona que podía disponer de un cuadro así, y a escondidas, sin ser ajusticiado. La novela de Torrente Ballester, Crónica del rey pasmado, es una excelente y divertida manera de introducirse en los recovecos asfixiantes de la época.

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