Este libro es una trampa a mí
misma: hablo de lugares que no me gustaría compartir con nadie,
porque forman parte de mi vida cotidiana, no de una guía turística,
pero ya se sabe, igual que el chismoso no puede evitar contar un
secreto, el narrador cae siempre en el vicio de escribir lo que vive.
Y así es. Lugares que no quiero compartir con nadie se puede leer como una personal guía turística de la ciudad en la que aparecen todos esos espacios que han sido relevantes para la autora. Pero es mucho más que una guía turística porque cada bar, cada calle, cada plaza, cada espacio que aparece en el libro está ligado a un sentimiento, una impresión, una anécdota o una lectura que Elvira Lindo nos transmite con naturalidad y sencillez.
No estamos, por lo tanto, ante una guía de la ciudad, sino ante un diario de título engañoso en el que es muy fácil sumergirse, porque la prosa clara, doméstica y envolvente de la autora arrastra la natural inclinación del ser humano a bucear en los chismes de los otros. ¿Quién se resiste a un buen cotilleo contado con una pizca de ironía y mucho humor? Y humor hay mucho y del bueno, de ese que se practica sobre uno mismo.
Si a esos ingredientes añadimos la reflexión sobre determinadas obras y autores ligados a la ciudad y que salpican todo el texto, la capacidad de trascendencia cuando se practica literatura para no quedarse en la mera anécdota o caer en el sentimentalismo, y el buen hacer de la autora al combinar con desparpajo lo trascendente con lo consuetudinario, todo ello nos da como resultado un plato atractivo y fácil de digerir.
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