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lunes, 28 de julio de 2014

HOPKINS, BACH Y LA CONEXIÓN DEL AZAR

Tumba de Hopkins en el cementerio de Glasnevin
Me llama la atención la casualidad de que G. M. Hopkins muriera el mismo día —pero en años distintos— que J. S. Bach. Supongo que habrá miles de coincidencias de este tipo, aunque siempre me llaman la atención. Por otra parte, no creo que haya más conexión entre ellos que el día de su muerte, que al poeta inglés le emocionara la música del alemán y que los dos eran fieles creyentes. Estos tres elementos del caprichoso azar me dan pie a dejar constancia de la obra de ambos, entrelazada aquí, como si fuera verdad que alguna vez hubiera habido relación entre ellos, cosa que no es verdad, pero que queda muy bien para este apunte bloguero del lunes 28 de julio de 2014.

Primero el poeta:


EL ALQUIMISTA EN LA CIUDAD


Mi ventana muestra las nubes viajeras,
Hojas gastadas, nueva estación, cielo alterado,
Multitudes que se forman y se funden:
El mundo entero pasa; yo a la vera.

Sin dispendiar sus horas asignadas,
Los hombres y los amos planean y edifican:
Miro el coronamiento de sus torres
Y felices promesas realizadas.

Y yo –tal vez si mi intención
Contara con edad prediluviana,
Los trabajos que así habría gastado
Pudieran acceder a su heredad.

Pero antes que ahora brille en el caldero
El oro que no está por descubrirse,
A la larga el fuelle no soplará más,
La estufa habrá por fin de enfriarse.

Y con todo es ya muy tarde para sanar
La vergüenza incapaz y estorbosa
Que me hace cuando con hombres trato
Más inerme que el ciego o el lisiado.

No, debería amar la ciudad menos
Aún que ésta mi ciencia ingrata;
Pero yo deseo el desierto
O las lenguas herbosas de la costa.

Camino por mi airoso mirador
Para observar el sol bajo o levante,
Veo virar a las palomas citadinas,
Contemplo a las golondrinas correr
Entre la cima de la torre y el suelo
A mis pies en el aire que sustenta;
Luego hallar en el ruedo de horizonte
Un sitio y el hambre de estar allí.

Y entonces odio como nunca aquella ciencia
Que ninguna promesa otorga de éxito;
Es dulce como nunca la costa despoblada,
Libre y ameno el desierto.

O antiguos túmulos que cubren huesos,
O rocas donde acuden palomas de las rocas,
Y árboles de terebinto y piedras
Y silencio y un golfo de aire.

Allí en una larga altura escuadrada
Tras el crepúsculo me tendería
A penetrar la amarilla luz cerúlea
Con largo y libre mirar antes que muera.

                       Traducción de Juan  Tovar.

Después el músico; por cierto, en una interpretación poco clásica, pero muy atractiva:


Que tengáis un feliz y sereno día.

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