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sábado, 21 de junio de 2014

LA UTILIDAD DE LO INÚTIL

1. El mundo es complejo. La sociedad se compone de tantos puntos de vista como personas. La realidad es polifacética, inabarcable y extraordinaria. 

2. La pasión por conocer, el deseo de saber y entender ha impulsado a lo largo de la historia de la humanidad a algunas criaturas excepcionales y de ese impulso y de esos descubrimientos nos hemos beneficiado todos.

3. Reivindicar el conocimiento —produzca o no un saber inmediatamente útil— es una tarea necesaria siempre. Ayer, hoy y mañana.

Me gusta todo lo que el profesor Ordine dice y comparto in extenso sus propuestas. No tengo, en cambio, tan claro que me guste su argumentación. Creo que en ocasiones es simplista y eso no hace ningún favor al fin que persigue. Reconozco y aprecio lo que dice, pero sería necesario un debate más amplio y en el que estuvieran presentes muchos más puntos de vista para que pudiéramos avanzar con mayor dignidad.

El texto, como bien se explica en la introducción, está dividido en tres partes: la primera está referida al mundo de la literatura; la segunda, al de la enseñanza, la investigación y las actividades culturales en general; la tercera, es una reivindicación del platonismo en aquella ecuación conocimiento = amor = justicia, muy bien llevada a través de citas de clásicos. Estupendo es el apéndice, La utilidad de los conocimientos inútiles, de Abraham Flexner, pedagogo de gran influencia en los EEUU de la primera mitad del siglo XX.

Sin embargo, la reivindicación de lo maravilloso, achacando todos los males a la otra parte; simplificar la crisis y atribuir la reducción de libertades y la disminución de los derechos sociales al pragmatismo de las actuaciones utilitaristas no me parece del todo honrado ni compatible con la honradez intelectual que debe impulsar la pasión por saber.

Ejemplos hay en la historia de la humanidad y en la historia personal de determinados individuos en los que la pasión por lo útil, también ha hecho que avanzáramos. Pero es que, además, resulta engañoso hablar desde Europa —continente hermosamente rico y que puede dedicar un presupuesto elevado a desarrollar la pasión del conocimiento—, mientras un tercio de la población mundial tiene como máxima preocupación pensar cómo va a resolver la comida de ahora mismo.

¿Es necesario recordar que Europa pudo empezar a mantener universidades importantes y a crear edificios que luego han sido tan admirados, gracias al desarrollo comercial del siglo XII? ¿Es preciso decir una vez más que son las sociedades ricas las que tienen un sistema escolar obligatorio y universal? ¿Hay que mencionar una vez más que fueron los excedentes alimentarios de la revolución neolítica los que permitieron a la humanidad que nos dedicáramos un poco más a la contemplación y un poco menos a la producción?

Absurdo parece que desde este espacio que se dedica a una pasión tan inútil como la poesía y que tiene como lema la reivindicación del aprendizaje continuo e interminable, se ponga en tela de juicio el manifiesto del profesor Ordine. No se trata de eso, pues comparto esa misma pasión por el conocimiento, aunque yo sólo entre en la categoría de personas que gozan aprendiendo con lo que las otras descubren.

Se trata de reivindicar todos los conocimientos y de poner un poco de racionalidad en el reparto de los beneficios que esos conocimientos producen, porque para que en Europa dispongamos de cientos, quizá miles, de universidades, ha sido necesario que miles o millones de personas se hayan dedicado a realizar trabajos un poco más sucios e incluso que hayan pasado hambre o tal vez la estén pasando todavía.

Por lo demás, leed el libro, merece la pena imbuirse de la pasión por conocer.


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