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domingo, 16 de marzo de 2014

CHÉJOV, SU BONDAD, SUS CUENTOS

PÁGINAS DE ESPUMA
Vuelvo a Chéjov y a aquella afirmación de Bloom sobre su bondad que dejé en el aire el 31 de enero. 

Chéjov tuvo dos aficiones en su vida: la medicina y la literatura. La primera la ejerció de manera profesional y, en algunas ocasiones, altruista. Esa entrega hacia el otro, esa atención constante —a pesar de su enfermedad— es, básicamente, la que motivó que quienes le conocieran hablaran de la bondad intrínseca del escritor. Él mismo dejó escrito en una carta a su editor: Para vivir como hombre digno de este nombre, es preciso trabajar, trabajar con amor, con fe. 

La segunda afición parece que estuvo provocada por el deseo de ayudar a su familia, ya que el padre —del que no había recibido un trato precisamente tierno— se había arruinado. En estas circunstancias, el futuro médico comienza a escribir pequeños relatos bajo el seudónimo de Antosha Chejonté con los que obtener ciertos ingresos. Son sus primeros cuentos y los que le aportan rápidamente un reconocimiento literario. Por otra parte, Chéjov será desde entonces el sostén económico del clan.

Estas dos características, junto con su constante e imperturbable afabilidad, según relatan los que le conocieron, son las causantes de la expresión de Bloom diciendo que es uno de los pocos santos de la literatura. Eso y su sentido siempre ecuánime, sosegado y racional, como cuando un personaje de Una historia triste dice continuaré creyendo que la ciencia es la cosa más importante, la más bella y la más necesaria en la vida humana (...) y es gracias a ella que el hombre triunfará, con ayuda de la naturaleza y de sí mismo.

Y ahora os dejo el delicioso cuento Se fue.

Comieron. El estómago sentía un pequeño bienestar, las bocas bostezaban, los ojos se cerraban por una dulce somnolencia. El marido se puso a fumar un puro, se desperezó y se tumbó en el sofá. La esposa se sentó en la cabecera y empezó a tararear... Eran felices.
—Cuéntame algo... —bostezó el marido.
—¿Qué te cuento? Mmm... ¡Ah, sí! ¿Sabes? Sofia Okúrkova se ha casado con ese... ¿Cómo se...? ¡Con von Tramb! ¡Qué escándalo!
—¿Qué tiene de escándalo?
—Pues que Tramb es un desgraciado. Un miserable..., un canalla.  Un tipo sin principios. ¡Una mala bestia! Fue administrador del conde y se hizo rico, ahora trabaja en el ferrocarril y roba... Arruinó a su hermana... Vamos, que es un canalla y un ladrón. ¡Mira que casarse con un tipo así! ¿Y vivir con él? ¡Me extraña! ¡Una chica tan decente...! ¡vaya! ¡Por nada en el mundo me casaría con ese sujeto! ¡Aunque fuera millonario! ¡Ni aunque fuese más guapo que no sé quién! ¡No puedo imaginarme a un marido canalla!

La esposa se levantó indignada y, ruborizándose, anduvo por la habitación. Sus ojos ardían de rabia. Se veía que era sincera...
—¡Vasa criatura ese Tramb! ¡Las mujeres que se casan con señores así son tontas de remate!
—Entonces... tú, desde luego, no te casarías... Ya... ¿Y si ahora te enteraras de que yo también... soy un canalla? ¿Qué harías?
—¿Yo? ¡Te dejaría! ¡No me quedaría contigo ni un momento! ¡Solo puedo amar a un hombre honrado! Si sé que has hecho una pizca de lo que ha hecho Tramb, al instante, te digo… Adieu!
—¡Caramba! ¡Cómo eres…! ¡No lo sabía…! Je, je, je... ¡La mujer miente y no se sonroja!
—¡Yo nunca miento! ¡Prueba a hacer una canallada y verás!
—¿Y para qué tengo que probar? Tú misma sabes... que soy más canalla que tu Von Tramb...  Comparado conmigo Tramb es nada. ¿Te sorprendes? Es raro... (Pausa). ¿Qué sueldo tengo yo?
—Tres mil al año.
—¿Y cuánto cuesta el collar que te compré la semana pasada? Dos mil... ¿No es así? Y el vestido de ayer, quinientos... La dacha, dos mil... Je, je, je. Ayer tu padre me pidió mil...
—Pero, Pierre, es que son ingresos suplementarios...
—Los caballos... el médico de la casa... las cuentas de los modistos. Hace tres días perdiste a las cartas cien rublos...
El marido se incorporó, apoyó la cabeza en los puños y leyó el acta de acusación entera. Se acercó al escritorio y enseñó a su mujer las pruebas del delito...
—¿Te das cuenta ahora que tu Von Tramb es una minucia, un carterista en comparación conmigo...? ¡Adieu! ¡Vete, y de ahora en adelante no hagas reproches!
He acabado. Tal vez el lector aún se pregunte:
—¿Y ella dejo al marido? ¿Se fue?
Sí, se fue... a otra habitación.

Página 433, traducción de Jesús García Gabaldón.

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