Esta mañana he recibido un cuento del amigo y narrador Juan Garayar. Lo publico tal y como lo recibo. Desconozco el origen de las imágenes que aparecen en él.
EL EMPERADOR QUE QUISO ABOLIR LA NOCHE
Para Bodo, Hochi, Pepe y Zaza, en nuestro segundo ágape
En el verano del año 2015 Marisa y yo quisimos celebrar el 40 aniversario de mi salida de la cárcel y el fin de la Dictadura de Franco visitando Vietnam, país que ese mismo año celebraba el 40 aniversario de su victoria contra los norteamericanos y de la reunificación del país.
Mientras recorríamos la senda arrocera de los Hmong a través de las montañas del norte, nuestro guía –quien, como hijo de un alto mando militar, durante la guerra había sido enviado a estudiar a La Habana, lejos de las bombas, y que hablaba un alegre español a la cubana–, nos amenizaba las comidas contándonos sus trapicheos en la Cuba de Castro o cosas tan sorprendentes como que los vietnamitas estaban agradecidos con los colonialistas franceses, que les habían construido el primer ferrocarril de toda Indochina; o que estaba agradecidos a los yanquis quienes, tras admitir su derrota, les habían mandando generosas ayudas y habían implantado en el país grandes fábricas gracias a las cuales ellos habían descubierto que existían las vacaciones pagadas; o cómo, tras vencer a los norteamericanos en el 75, ellos tuvieron que repeler las agresiones de los jémeres rojos de Camboya, hasta que invadieron este país y derrocaron al sanguinario Pol Pot; o cómo en 1979 repelieron la invasión de su país por parte de China. Pero recuerdo en especial el cuento que nos contó una noche de luna llena en la hermosa bahía de Halong: el cuento del emperador chino Qin Tan Dong, señor por entonces también de Vietnam, quien, al cumplir sus ochenta años y sentirse débil, pidió a sus astrónomos más sabios que dieran con la fórmula para detener el paso de los años y, así, burlar a la muerte; y cómo estos, tras permanecer un mes encerrados a pan y agua, encontraron la fórmula para lograrlo: abolir la noche.
Dos fueron los argumentos que, según ellos, garantizaban la eficacia de esta fórmula:
Uno: que es la noche la que señala el final de cada día, final que miden los relojes y recogen los calendarios, marcando así el paso de los años.
Dos: que en la noche medran los ladrones y los asesinos, reinan las brujas y los diablos, y nos ronda la muerte.
A la vista de ello, Qin dictó un Decreto Imperial que ordenaba destruir todos los relojes y calendarios, y condenaba a muerte a todo el que hiciera preguntas tan inconvenientes como las de “¿Qué hora es? ¿En qué día estamos? ¿Cuántos años tienes?” Y, para celebrar el inicio de la Nueva Era sin Noche, dispuso que siete días antes del día más largo del año, el del solsticio de verano, diez mil mensajeros imperiales recorrieran China clavando su Decreto en las puertas de todas las ciudades, pueblos y aldeas, escuelas y templos.
Además, el Decreto Imperial establecía que la tarde del solsticio de verano se levantarían en todos los cruces de caminos, cumbres, plazas y patios escolares del Imperio, piras formadas por leña vieja, sobre las que se amontonarían cuantos calendarios y relojes hubiera en la zona y se ataría a la doncella más hermosa del lugar. Y, justo antes de que el sol se ocultara, se les pegaría fuego. Y este ritual debería repetirse un día tras otro, a lo largo de todo un mes si fuera preciso, hasta que el sol, deslumbrado por la fuerza de las hogueras, se parara, poniendo así fin al pasar de los días. Y establecía una excepción en el caso de las doncellas: se salvarían de la hoguera las cien bellas doncellas que, antes del solsticio, hubieran aceptado entrar a formar parte del harén del emperador.
***
Llegó el solsticio de verano y, tras dos semanas de hogueras, ocurrió que el día amaneció con un sol tan luminoso que Qin, convencido de su victoria sobre la Noche, el Tiempo y la Muerte, ordenó preparar en palacio un gran banquete y, a media tarde, tras comer como un león y beber como un elefante, se retiró a su harén para disfrutar de sus cien nuevas esposas.
Pero hete aquí que, avanzada la tarde, los consejeros imperiales advirtieron que el sol empezaba a declinar y los montes se teñían de sombras, siendo tal su pavor que ninguno se atrevió a informar de ello al emperador.
Solo que, a esa hora, Dong, ahíto de licores, caricias y besos, quiso refrescar sus labios, por lo que pidió a su concubina preferida que le acercara un vaso de agua fresca, y esta, al ver que todas sus jarras estaban vacías, hizo llamar al aguador del harén, un joven eunuco ciego.
Acudió el aguador hasta la puerta del gran salón con su pequeño burro portando dos garrafas llenas de agua fresca y, al salir la concubina con su jarra, quiso el azar –al que tanto le gusta burlarse de los sueños de los hombres–, que al abrir la puerta de la sala y entreabrir sus cortinas, el emperador se percatara de que estaba oscureciendo, por lo que hizo llamar a sus consejeros y, al decirle estos que quizás era simplemente que las hogueras se estaban consumiendo por falta de combustible –una vez agotados los calendarios, los relojes y las doncellas–, ordenó pegar fuego a todos los carros, palanquines y libros de China, salvo los de palacio.
Y estaba el pregonero imperial leyendo el nuevo Decreto contra la Noche en la puerta del palacio, ante el que se había congregado de nuevo a los diez mil mensajeros que debían llevarlo hasta el último rincón del Imperio, cuando un viejo artesano farolero –al que se había llamado para llenar de luz el estrado desde el que el Emperador presidía el acto, y que llevaba sus farolillos a la espalda colgando de una caña de bambú–, al escuchar lo que vociferaba el pregonero, se atrevió a preguntar quién era el ignorante al que se le había ocurrido semejante estupidez, cuando hasta el último aldeano sabe que la noche es hermosa, que el tiempo es oro y que la muerte es justa, pues alcanza por igual al rico que al pobre, al señor y al esclavo. Y al saber que se trataba de un Decreto Imperial, el viejo exclamó que el emperador debía haberse vuelto loco para aprobar tan descabellado decreto.
Pero hete aquí que, avanzada la tarde, los consejeros imperiales advirtieron que el sol empezaba a declinar y los montes se teñían de sombras, siendo tal su pavor que ninguno se atrevió a informar de ello al emperador.
Solo que, a esa hora, Dong, ahíto de licores, caricias y besos, quiso refrescar sus labios, por lo que pidió a su concubina preferida que le acercara un vaso de agua fresca, y esta, al ver que todas sus jarras estaban vacías, hizo llamar al aguador del harén, un joven eunuco ciego.
Acudió el aguador hasta la puerta del gran salón con su pequeño burro portando dos garrafas llenas de agua fresca y, al salir la concubina con su jarra, quiso el azar –al que tanto le gusta burlarse de los sueños de los hombres–, que al abrir la puerta de la sala y entreabrir sus cortinas, el emperador se percatara de que estaba oscureciendo, por lo que hizo llamar a sus consejeros y, al decirle estos que quizás era simplemente que las hogueras se estaban consumiendo por falta de combustible –una vez agotados los calendarios, los relojes y las doncellas–, ordenó pegar fuego a todos los carros, palanquines y libros de China, salvo los de palacio.
Y estaba el pregonero imperial leyendo el nuevo Decreto contra la Noche en la puerta del palacio, ante el que se había congregado de nuevo a los diez mil mensajeros que debían llevarlo hasta el último rincón del Imperio, cuando un viejo artesano farolero –al que se había llamado para llenar de luz el estrado desde el que el Emperador presidía el acto, y que llevaba sus farolillos a la espalda colgando de una caña de bambú–, al escuchar lo que vociferaba el pregonero, se atrevió a preguntar quién era el ignorante al que se le había ocurrido semejante estupidez, cuando hasta el último aldeano sabe que la noche es hermosa, que el tiempo es oro y que la muerte es justa, pues alcanza por igual al rico que al pobre, al señor y al esclavo. Y al saber que se trataba de un Decreto Imperial, el viejo exclamó que el emperador debía haberse vuelto loco para aprobar tan descabellado decreto.
—Si los hombres no tuviéramos la dicha de que, al final de cada día, llega la noche –precisó–, no solo moriríamos de fatiga al poco de nacer, sino que no podríamos admirar la belleza de la luna llena y la de la miríada de estrellas que iluminan el cielo, ni apreciaríamos que la Tierra es una mota de polvo en la inmensidad del Universo, ni entenderíamos que la muerte nos iguala a todos, seamos aldeanos o reyes, águilas o ratones.

Al oír lo dicho por el farolero, Tan montó en cólera, ordenó que lo arrojaran a sus pies y le exigió que se retractara de inmediato de sus palabras.
—¡Estúpido! —bramó—. Si no lo haces, ordenaré arrancarte la lengua y los ojos. Y, si eso no basta, se los arrancaremos también a tu esposa y a tus hijos.
—Señor –le respondió el viejo–. Yo soy viudo, mi única hija ha muerto en la hoguera y yo lo único que tengo en abundancia son mis años: ayer cumplí los cien. Así que si ha llegado mi hora, solo os pido una cosa: que me matéis una vez pasada la medianoche, pues hoy lucirá en el cielo estrellado una hermosa luna llena…
* * *
La muerte del emperador no entristeció al pueblo. Al contrario. Tras el incendio, los astrónomos y artesanos se apresuraron a construir nuevos calendarios y relojes, y los niños y niñas volvieron a celebrar con alborozo sus cumpleaños y las fiestas del Año Nuevo.
Mi primo alemán, Bodo –que conoce el chino y ha pasado meses en Pekín–, me ha contado que, en las noches del solsticio de verano, los trovadores de toda China cantan cómo aquel año, al ir a elegir al nuevo emperador, los consejeros no eligieron al más guapo, ni al más fuerte, ni al más rico, ni al más charlatán, ni al más iluminado, ni al más truhán, sino a un joven condenado a muerte por haber celebrado con su familia el primer año de su hija, el cual, al preguntarle cuál sería su primer decreto si era elegido emperador, les leyó un sencillo poema:
El Tiempo es oro,
y el reloj, su pregonero.
¡Cuídalo!
El Día y la Noche son inseparables,
y son igual de hermosos.
¡Goza de ambos!
La Muerte es equitativa:
nos trata a todos por igual.
¡Acéptala!
El Amor es el sol que ilumina nuestra Vida.
¡Ama a todos cuantos te rodean,
mortales como tú!
A las gentes les encantó el pequeño poema y quisieron nombrarlo emperador, solo que la víspera de la coronación, el hijo más ladino de Qin Tan Dong envenenó al joven y se autoproclamó emperador.
Pocos saben que, al conocer el crimen, Li, el aguador decidió escapar de Pekín a lomos de su burro y que, tras recorrer la Ruta de la Seda, buscó refugio en el Bidasoa, en nuestra Isla de la Paz; y que fue él quien nos enseñó a los vascos a organizar festivales de fuegos artificiales en la noche del solsticio de verano, como se hace en China.
Mi primo alemán, Bodo –que conoce el chino y ha pasado meses en Pekín–, me ha contado que, en las noches del solsticio de verano, los trovadores de toda China cantan cómo aquel año, al ir a elegir al nuevo emperador, los consejeros no eligieron al más guapo, ni al más fuerte, ni al más rico, ni al más charlatán, ni al más iluminado, ni al más truhán, sino a un joven condenado a muerte por haber celebrado con su familia el primer año de su hija, el cual, al preguntarle cuál sería su primer decreto si era elegido emperador, les leyó un sencillo poema:
El Tiempo es oro,
y el reloj, su pregonero.
¡Cuídalo!
El Día y la Noche son inseparables,
y son igual de hermosos.
¡Goza de ambos!
La Muerte es equitativa:
nos trata a todos por igual.
¡Acéptala!
El Amor es el sol que ilumina nuestra Vida.
¡Ama a todos cuantos te rodean,
mortales como tú!
A las gentes les encantó el pequeño poema y quisieron nombrarlo emperador, solo que la víspera de la coronación, el hijo más ladino de Qin Tan Dong envenenó al joven y se autoproclamó emperador.
Pocos saben que, al conocer el crimen, Li, el aguador decidió escapar de Pekín a lomos de su burro y que, tras recorrer la Ruta de la Seda, buscó refugio en el Bidasoa, en nuestra Isla de la Paz; y que fue él quien nos enseñó a los vascos a organizar festivales de fuegos artificiales en la noche del solsticio de verano, como se hace en China.
¡Eta hori hala ez ba zan / sar dadila kalabazan!
(Y si no fue así / mételo en una calabaza)
(Y si no fue así / mételo en una calabaza)
* * *
Nota final: cada país sufre a sus propios líderes alocados.
Nosotros tuvimos aquí, entre otros, a Franquito Voz de pito, un general sanguinario que, tras advertir que el gran Cervantes escribió El Quijote solo con su mano derecha –un tiro le destrozó la izquierda en Lepanto-, y que el gran Blas de Lezo venció a los ingleses pese a haber perdido su brazo y su ojo izquierdos, dedujo que la Izquierda era un estorbo inútil y que era la Derecha la única que podía recuperar la perdida Grandeza Imperial de España, por lo que, tras alzarse en armas contra la República en 1936 para liquidar a todas las Izquierdas –a sus líderes, pensadores, artistas, poetas y a sus gentes–, una vez aniquiladas estas en aquella “Guerra del millón de muertos y exiliados” de la que él salió entronado como Caudillo Único, decretó que se taponara la oreja izquierda y el ojo izquierdo a todos los españolitos.
Menos mal que, tras mil peleas y pulsos con ambos brazos y, una vez muerto el perro, se acabó la rabia, y que hoy aquí podemos volver a contemplar el Universo con nuestros dos ojos, a percibir los sonidos del mundo y las palabras de las gentes con nuestros dos oídos, y a trabajar, amar y crear con nuestras dos manos.
Juan G. 3-09-2025
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Fuente: Wikipedia |
Mapa de los conflictos armados en curso (número de muertes violentas en el año actual o anterior): Guerras mayores (10 000 o más). Palestina, Ucrania, Sudán, Etiopía, Myanmar (Birmania). Guerras menores (1 000–9 999). Conflictos (100–999). Escaramuzas y enfrentamientos (1–99).
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