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jueves, 20 de junio de 2024

MOBY DICK

Moby Dyck. Adolf Schlosser. Ubicación.

Este es el famoso comienzo de una de las obras fundamentales del siglo XIX : Llamadme Ismael. Hace unos años –no importa cuánto hace exactamente–, teniendo poco o ningún dinero en el bolsillo, y nada en particular que me interesara en tierra, pensé que me iría a navegar un poco por ahí, para ver la parte acuática del mundo. Es un modo que tengo de echar fuera la melancolía y arreglar la circulación. Cada vez que me sorprendo poniendo una boca triste; cada vez que en mi alma hay un noviembre húmedo y lloviznoso; cada vez que me encuentro parándome sin querer ante las tiendas de ataúdes; y, especialmente, cada vez que la hipocondría me domina de tal modo que hace falta un recio principio moral para impedirme salir a la calle con toda deliberación a derribar metódicamente el sombrero a los transeúntes, entonces, entiendo que es más que hora de hacerme a la mar tan pronto como pueda. Es mi sustitutivo de la pistola y la bala. Con floreo filosófico, Catón se arroja sobre su espada; yo, calladamente, me meto en el barco. No hay nada sorprendente en esto. Aunque no lo sepan, casi todos los hombres, en una o en otra ocasión, abrigan sentimientos muy parecidos a los míos respecto al océano.

Pero no es de la magistral la que origina este comentario, sino la obra de Scholesser, que cada vez que paso por la Plaza José Mª Sert atrae poderosamente mi mirada.

Esta obra de carácter minimalista, con tendencia al arte pobre y, en mi opinión, plagada de connotaciones simbolista, se eleva sobre la superficie del agua como bailarina de ballet que alzara los brazos hacia el cielo queriendo huir hacia ámbitos menos problemáticos. Pero está condenada a permanecer varada siempre en el mismo punto. 


Hay mucho estrés en los poquísimos elementos que la conforman: la cola-arco de acero tensionada como bordón  de guitarra a punto de ser soltado, la oposición entre la levedad de la cola casi invisible y la solidez de la pirámide de granito que acaba imponiéndose, el juego de tendencias antagónicas hacia arriba-hacia abajo; en fin, todo cuanto percibo me recuerda, en su extremada simplicidad, el mecanismo alegórico del relato de Melville, aquí reducido a su mínima expresión, pero con la misma carga conceptual.


Call me Moby Dick. Sigo siendo la representación de todos vuestros miedos.

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