Anton Bruckner era una persona extraordinariamente creyente. Tan genial músico como devoto católico. Esta colosal novena y última sinfonía se la dedicó al rey de reyes, a mi querido Señor, y espero —agregó— que me conceda tiempo suficiente para completarla. Parece que a su Señor le pilló distraído, porque murió el 11 de octubre de 1896 sin haber podido acabarla.
En cualquier caso, la Novena es una composición colosal en la que, efectivamente, podemos percibir ese intento por tocar la eternidad. Bruckner es un auténtico maestro utilizando todo tipo de contrastes para enfatizar la corriente dramática que recorre toda la obra: combina con absoluta naturalidad el pianissimo con el fortissimo, la madera con las cuerdas sin olvidar trompas y trompetas, y el movimiento que se adelgaza hasta casi desaparecer con una gigantesca dilatación orquestal donde los que casi desaparecemos somos nosotros, los oyentes. Simplemente sobrecogedor. Para escucharla sin ningún tipo de distracción.
Interpreta: Orquesta Nacional de Francia.Dirige: Bernard Haitink.
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