Esta deliciosa pieza para piano guarda una historia entre divertida y sintomática de lo que pueden ser las dificultades de cualquier creador para valerse de su propia creación y las que también tienen las publicaciones en papel. Comienzo con la revista, la Weekly Critical Review.
Pues bien, en esa revista, que se publicaba en París, apareció en 1903 la convocatoria de un concurso musical. Ravel (1875-1937) la vio y decidió tomar parte. El compositor francés ya había dado para entonces al público obras tan importantes como Pavana para una infanta difunta o Juegos de agua. Es decir, ya era alguien en el mundillo musical, pero, según parece, no suficientemente alguien como para comer tranquilamente todos los días.
Lo curioso de esta historia es que Ravel fue el único que presentó una obra al concurso y que, además, fue descalificado porque su pieza superaba los setenta y cinco compases que se indicaban en las bases. La cosa tampoco tuvo ninguna trascendencia, pues la revista quebró y el concurso desapareció con ella.
Afortunadamente para nosotros, Ravel mandó a un editor la sonatina, a la que había añadido un par de movimientos. Se publicó y en la actualidad es una de esas piezas musicales que gustan por igual a intérpretes y a oyentes.
Por cierto, de los tres movimientos que tiene esta Sonatina —modéré, mouvement de menuet, animé— fue el segundo el que mandó al certamen musical.
Que la música os acompañe.
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