Hace unos días estaba realizando un recorrido por la música religiosa cuando me encontré con un par de obras de Jan Dismas Zelenka (1679-1745). No tenía ni idea de su existencia y, como suelo hacer en primera instancia en estos casos, acudí a una guía de la música que tengo siempre a mano y nada, ni tan siquiera una mención de su nombre en el índice alfabético. Recurrí, poco esperanzado, a mi admirada Clemency Burton-Hill y su Un año para maravillarse, y allí estaba, exactamente en la entrada relativa al 12 de marzo, como si el azar hubiese estado esperando a esta conjunción temporal. Transcribo los dos últimos párrafos:
Lleno de color y apremio, expresivo y severo, me encanta cómo las informales progresiones de los acordes de Zelenka convierten esta pieza en algo inesperadamente moderno. Es un brillante ejemplo de una obra coral sacra que se siente como si brotara de un ser humano real que se interesaba por lo que escribía y no como obra de un cortesano que se limitara a hacer los deberes. (Y eso que Zelenka fue un compositor de la corte de Dresde; y por lo tanto en la curiosa posición de un católico ferviente en una ciudad celosamente luterana).
Puede que hoy nadie se acuerde de él, pero en su época fue muy admirado. Telemann, por ejemplo, reverenciaba tanto su capacidad que se involucró en una complicada intriga para robarle copias de sus obras (lo que no deja de ser irónico, pues Telemann peleó por poder explotar comercialmente sus obras en exclusiva y fue un temprano defensor de los derechos de autor de los compositores). J. S. Bach, por su lado, se cansó de presionar a los patronos de Zelenka para que le dieran un puesto en la misma corte con objeto de estar más cerca de su héroe. Hoy apenas se escucha a Zelenka, lo cual nos demuestra lo veleidosa y extraña que puede ser la fama (p 88).
Interpreta la Orquesta Barroca y el Coro de la Universidad de Texas.
Solista: Angela Bou Kheir, soprano.
Primer violín: Chuong Vu.
Dirige: Richard Sparks.
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