Para las amistades del Bidasoa.
No había estado nunca en Itziar. El buen tiempo y una propuesta de paseo ya caduca me empujaron a ello. La descripción del itinerario, después de 40 años, no es, como fácilmente se puede suponer, la más adecuada para adentrarse en senderos de montaña. En cualquier caso, el paseo comenzó con una agradable sopresa: en la pequeña explanada que hay junto al santuario estaba esta obra de Oteiza, Amatasuna —Maternidad—. Allí mismo se encuentra un panel explicativo que ofrece bastante más de lo que suelen ofrecer este tipo de carteles. Ampliadlo o descargadlo. Merece la pena.
Ese fue el primer gozo para la vista. El segundo vino dado por la transparencia de la atmósfera y la límpida nitidez del horizonte. La vista se recreaba en el paisaje, y pocos paisajes hay más amables y generosos que esos en los que mar y montaña comparten escenario. Hasta la ermita de Santa Catalina salía a saludar con sus reses pastando en los alrededores.
Después, visita al templo. Famosa es la imagen del camerino, una de las más antiguas de la provincia junto con la del Juncal, con quien, por cierto, comparte leyenda. El retablo, plateresco, es notable. Y por si algún foráneo pasa por aquí, conviene destacar la presencia de la embarcación colgando del techo. Los templos costeros siempre tienen ese recuerdo para la gente de la mar. Más justificado, si cabe, en este que está dedicado a una virgen protectora de la actividad marinera y, por tanto, de quien se dedica a ella. En este caso, se trata de un exvoto mandado construir a finales del XVII por el capitán Francisco Mirandaola, cuyo barco salió con bien de unos bancos de hielo cuando andaban faenando por Terranova. Lo atribuyó, claro, a la intervención de la Virgen de Itziar.
Salí del templo e inicié la ruta que llevaba hasta Sakoneta y la zona de flysch. El día se ofrecía generoso para el paseo y el terreno, cuesta abajo, invitaba. Pequeños tesoros en forma de cantos de pájaros, arroyos, arbolado en transición al otoño y hasta garcetas departiendo en algún prado con el ganado vacuno entretenían el ánimo. Pero el tesoro mayor lo ofrece la costa y esa formación de capas sucesivas que conforman los milhojas rocosos más sugestivos de la naturaleza.
Ah, por cierto, se me ha olvidado lo de la bola en la fachada y lo de Elcano y lo de lo de los cañonazos y lo de...
Bueno, el cartel, convenientemente ampliado, lo hará mejor que yo.
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Путин, немедленно останови войну!
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