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jueves, 4 de agosto de 2022

CABALLO, ANDRÉS NAGEL



Andrés Nagel es uno de esos artistas difíciles de encajar en un estilo, tendencia, movimiento o lo que sea. Sus obras pueden verse como figurativas, pero también como abstractas; utilizan elementos y características propias de lo que podríamos entender como surrealista, pero también del realismo más pegado a la tierra; es moderno y posmoderno al mismo tiempo; puede ser sarcástico en una representación, pero tierno en el trazo siguiente. Es decir, es esto y todo lo contrario, porque es una artista con una imaginación desbordante y un estilo tan peculiar como el que más.

Si tengo que decir la verdad, a mí este Caballo (el Atlas de esculturas en San Sebastián lo catalogo conmo sin título) no me gusta. Me resulta inquietante y hasta puede provocarme sensaciones próximas al miedo. Todo lo contrario de lo que en mi imaginario particular y subjetivo relaciono con un caballo. Sin embargo, el juego que ofrece en ese entorno me resulta muy atractivo, especialmente cuando la luz de la mañana entra todavía baja y crea una atmósfera de bosque mitológico en el que ese caballo-lobo-monstruo ancestral intenta espantar a cualquier otro ser que penetre en su reducido bosque, mientras alguien —ser humano o fantástico— se divierte realizando piruetas sobre su lomo.

Según recoge Edorta Kortadi en su Guía de esculturas Donostia-San Sebastián, el artista declaró a Ricardo Aldarondo refiriéndose a esta obra lo siguiente: Lo bonito es horrible, eso no se sostiene. Lo que sí tienes que tener en cuenta es el entorno, y cómo encaja la obra en él. Pero no puedes estar pendiente de las opiniones, esto es un trabajo muy personal, muy íntimo (p 154).

Se encuentra situada en la rotonda de la plaza Europa, avenida de Tolosa, Musikene a un lado y los edificios de la universidad al otro. 

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