No hay que esperar que los reyes filosofen ni que los filósofos sean reyes, como tampoco hay que desearlo, porque la posesión del poder daña inevitablemente el libre juicio de la razón. Pero es imprescindible para ambos que los reyes, o los pueblos soberanos (que se gobiernan a sí mismos por leyes de igualdad), no dejen desaparecer o acallar a la clase de los filósofos sino que los dejen hablar públicamente para aclaración de sus asuntos, pues la clase de los filósofos, incapaz de banderías y alianzas de club por su propia naturaleza, no es sospechosa de difundir una propaganda (p 43 en esta edición).
Hay muchos libros muy buenos sobre derecho internacional. Hay también grandes intelectuales que han tratado el tema de la resolución de conflictos con extraordinaria claridad. Traigo a Kant a colación, por varias y muy simples razones:
Se suele invocar con insistencia en épocas de bonanza y tranquilidad el estudio de la filosofía porque en ella, se dice, encontramos las mejores respuestas; sin embargo, cuando realmente es necesario hacer uso de la razón, nos olvidamos de los sabios argumentos y recurrimos a la fuerza.
Se suele aducir la dificultad de Kant, para no leerlo. Esta obrita, desmiente esa afirmación. Es una lectura sencilla y al alcance de todas las inteligencias. Tan solo es necesario saber leer para disfrutar de ella.
E, igualmente, se suele achacar a la filosofía su falta de pragmatismo, su inutilidad. Nada más alejado de la verdad. El buen ejercicio de la razón es capaz de proporcionarnos grandes placeres, como por ejemplo, vivir en paz y armonía con nuestros semejantes.
Y, veamos, por fin, cuál era la propuesta kantiana, hace ya más de 200 años (se publicó en 1795). Extraigo solamente lo que él redactó como artículos, no su desarrollo argumental:
1.º No debe considerarse como válido un tratado de paz que se haya ajustado con la reserva mental de ciertos motivos capaces de provocar en el porvenir otra guerra.
2.º Ningún Estado independiente (pequeño o grande, lo mismo da) podrá ser adquirido por otro Estado mediante herencia, permuta, compra o donación...
3.º Los ejércitos permanentes -miles perpetuus- deben desaparecer por completo con el tiempo.
4.º No debe el Estado contraer deudas que tengan por objeto sostener su política exterior.
5.º Ningún Estado debe inmiscuirse por la fuerza en la constitución y el gobierno de otro Estado.
6.º Ningún Estado que esté en guerra con otro debe permitirse el uso de hostilidades que imposibiliten la recíproca confianza en la paz futura; tales son, por ejemplo, el empleo en el Estado enemigo de asesinos (percussores), envenenadores (venefici), el quebrantamiento de capitulaciones, la inducción a la traición (perduellio), etc.
2º El derecho de gentes debe fundarse en una federación de Estados libres.
3º El derecho de cosmopolita debe limitarse a las condiciones de la hospitalidad universal.
No parece complicado, ¿a que no? Incluso a pesar de los términos propios del siglo XVIII, impregnados de la historia y la política de aquella época, resultan comprensibles y razonables. El texto completo está recogido en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
Queridos dirigentes mundiales, no dejen de practicar el diálogo. Solo el uso de la razón puede alejarnos de la injustificable práctica de la violencia y su posterior lamento por el bárbaro sacrificio de vidas humanas.
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