Editorial |
Checo seguía tomado de mi mano, Verania me hizo un cariño, empezó a llover. Así era Zacatlán, siempre llovía. Pero a mí ya no me importó que lloviera en ese pueblo, era mi última visita. Lo pensé llorando todavía y pensándolo dejé llorar. Cuántas cosas ya no tendría que hacer. Estaba sola, nadie me mandaba. Cuántas cosas haría, pensé bajo la lluvia a carcajadas. Sentada en el suelo, jugando con la tierra húmeda que rodeaba la tumba de Andrés. Divertida con mi futuro, casi feliz.
Si ya lo dijo hace mucho tiempo Virginia Wolf, 500 libras y un espacio propio. Dicho de otra manera: independencia para hacer lo que se desea y un lugar donde poder hacerlo. Claro que ella se refería a escribir y para eso es suficiente con una habitación, pero para vivir hace falta algo más que una habitación.
Ángeles Mastreta no era la primera escritora que colocaba una protagonista femenina en su novela, ni será la última. Tampoco era la primera que denunciaba el feroz autoritarismo patriarcal en el que vivía buena parte de la sociedad. ¿Pero qué importa eso? Seguramente tampoco será una de esas novelas que supere el paso del tiempo, está demasiado pegada a una época y a una sociedad. Lo que importa es que la historia engancha bien, y mientras haya tipejos como el general Andrés Ascencio, seguirá siendo necesario escribir cosas como esta.
Si no la habéis leído, no os conforméis con la película.
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