Es cierto que a mí el confinamiento perimetral de la ciudad me afecta muy poco o nada. Cuanto necesito para estar a gusto y desarrollar la actividad que realizo, lo tengo en la bien nutrida red de bibliotecas de la ciudad. Pero no vivo solo de libros. También necesito moverme, claro, y en ese sentido, la pequeña ciudad donde resido es un lujo porque ofrece, sin salir de los límites municipales, tanto monte como mar.
Ayer por la mañana subí a Ulía con la cámara, por si al día le daba por ofrecer alguna imagen que captar. A media ladera, desde el primer mirador del paseo que lleva el nombre del monte, me paro, como el instinto de quien está en un alto manda, y como la atmósfera estaba absolutamente limpia, abro la cámara, meto zoom, enfoco y disparo. De esa fotografía, más bien trivial, me encanta la palmera que se enseñorea a casi dos kilómetros de mi puesto de fotógrafo, orgullosa superviviente entre el acoso humano del cemento y el del mar.
Continuo subiendo y llego hasta el mirador que se encuentra instalado en la zona más alta, junto al merendero. Ahí está, casi al lado, el Faro de la Plata, el Jazkibel y esa franja azul-pálido-casi-invisible que es la costa francesa a la izquierda de la imagen, como una ligera mancha que emborrona el horizonte del mar.
Cojo el camino de vuelta siguiendo el tramo del Camino de Santiago costero que me conduce a la ciudad. El mar siempre a la derecha. A lo lejos se un barco velero de apariencia antigua. Me paro y busco apoyo para la cámara porque voy a tener que utilizar todos y cada uno de los 1440 mm del zoom.
El velero de estilo antiguo no es uno, sino dos, y tienen nombre propio: Étoile du Roy y Shtandart. Ambas son réplicas de fragatas del XVIII que el director Alejandro Amenábar está utilizando para grabar una serie que se titulará La fortuna. Si echáis un vistazo a cada uno de los enlaces, podréis ver que se trata de un par de réplicas de lujo. No me quedé para ver el humo de la batalla.
Reanudo el camino de regreso y voy pensando en la cantidad de cosas extraordinarias que se pueden ver sin salir del confinamiento municipal. Y mientras estaba en ello, me encontré atravesando ese pequeño bosque de bambúes, que ni tiene la magnitud ni la belleza del de Arashiyama, ni tampoco el de Hondarribia, pero sí la enorme ventaja de que es doméstico. Y más impenetrable.
Feliz sábado.
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