Para un urbanita como yo, con serias dificultades para distinguir una hoja de otra, a no ser que sean las de papel, el Parque Cristina Enea se ha convertido durante toda la pandemia en una isla de paz y en un recurso inestimable en muchos sentidos. Lo que empezó siendo un atractivo artístico por sus exposiciones, pronto fue tomando un cariz mucho más relacionado con la naturaleza.
Sin duda, el primer deslumbramiento vino dado con el magnífico cedro del Líbano, ese hermosísimo y único ejemplar tristemente enfermo, al que, según comentan quienes saben, poco tiempo le queda para seguir ofreciéndonos su sin par silueta frente a la casa del parque😓😱😟
Luego fue la simpática fauna, siempre dispuesta a posar.
El último descubrimiento ha sido el que se refiere al invierno y a la cantidad de florecillas, algunas ciertamente diminutas, que son propias de esta época del año. Todo comenzó con el descubrimiento de la prímula o primavera hace un par de semanas. Inmediatamente vinieron la humilde celidonia y la elegantísima campanilla de invierno.
A partir de ahí, cada día que me he acercado al parque lo he hecho mirando atentamente al suelo. Resulta sorprendente descubrir cómo de un día para otro, con una diferencia nada más que de unas pocas horas, aparecen nuevas formas y colores salpicando el suelo. Magia pura la vida. Y como buen e ignorante urbanita, corro a capturar la imagen para poder, más tarde, averiguar entre las hojas (otra vez de papel) qué nombre tiene esa vida que acaba de abrirse paso desde el suelo y que agranda el embellecimiento de este parque.
Así, la consuelda,
Y mientras el suelo va ganando cada día un nueva forma y un nuevo color, las magnolias que florecen en esta época, que también las hay, quieren colaborar a esta sinfonía del color ofreciendo sus primeras muestras:
Gracias Jesús por este regalo, son preciosas las imágenes también la música y los textos que les acompañan.
ResponderEliminarA ti, Javi, por el gentil comentario.
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