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viernes, 13 de noviembre de 2020

CARPE DIEM. LECCIONES DE VIDA CON HORACIO

Editorial
Me enteré de la existencia de este libro cuando escuché por primera vez la conferencia de Vicente Cristóbal sobre Horacio en época de confinamiento total. Del libro se pueden decir muchas cosas, salvo que sea aburrido. Se podría decir, efectivamente, que es un libro sobre Horacio y su manera de entender la vida. Se podría decir que es una defensa del slow movement, de tomarse las cosas con tranquilidad y sosegar nuestras acciones y reacciones. Se podría decir que es un libro de viajes por la Italia en la que vivió el clásico latino. Se podría decir que es una rápida autobiografía del autor, Harry Eyres. Se podría decir que es una defensa de la actualización de las traducciones para que los textos clásicos no queden fosilizados y parezca que tienen más años de los que realmente tienen. Se podrían decir muchas cosas, pero el párrafo me está quedando demasiado largo.

En realidad, todo el libro es una buena demostración de que los clásicos pueden ser muy atractivos si les quitamos todo ese barniz que años y años de academicismo, de admiración vacía de contenido y de frío y sesudo trabajo gramatical los ha ido sepultando en una masa de estudios que, a veces, les impide respirar.

No podemos saber exactamente cómo era Horacio porque ya no podemos hablar con él, no podemos preguntarle ni entretenernos con sus charla y sus respuestas. No podemos ver cómo resuelve sus problemas cotidianos. No podemos observar cómo se relaciona con la gente. No podemos estar a su lado para comprobar cómo reacciona. 

No obstante, podemos leer con detenimiento su obra y disfrutar con sus propuestas, sentir la profunda viveza, la increíble proximidad de sus palabras. Eso es lo que realiza Eyres en este trabajo, que no tiene nada de académico, tal vez porque él también se aburría en la universidad traduciéndole, lo mismo que se aburrieron otros muchos, hasta que años después, leyendo por su cuenta, encontraron al ser humano Horacio y descubrieron toda su riqueza más allá de la sintaxis y de las figuras estilísticas, la rica y poderosa vida que corría por sus textos.

¿Ves como brilla la profunda nieve
en el Soracte erguido? Esta helada
carga las ramas con su blanco palio
y detiene los ríos en su marcha.

Cobijados, echa más troncos, Taliarco(1),
al fuego abrasador... y descorchemos
un vino de cuatro años, un reserva
corriente de Sabina, no de lujo.

Que aplaque el tiempo un dios, si le apetece,
en el mar las rugientes tempestades
y los viejos cipreses y los fresnos
detengan su agitado cabeceo.

(Fragmento de la Oda I, 9).

(1)Eyres, con la intención de aproximar más el texto a la época actual, cambia el nombre de Taliarco por el de Hugh, lo que tiene sentido en el ámbito anglosajón. Como no se me ha ocurrido un nombre equivalente para el ámbito hispanohablante, he vuelto al original, que quiere decir algo así como "simposiarca", "rey del vino"; es decir, experto en vinos, pero también dinamizador de la reunión y del diálogo.

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