Comienzo del epodo 2 (traducción de Vicente Cristóbal):
Dichoso aquel [beatus ille] que, lejos de ocupaciones, como la primitiva raza de los mortales, labra los campos de su padre con sus propios bueyes, libre de toda usura, y no se despierta, como el soldado, al oír la sanguinaria trompeta de la guerra, ni se asusta ante las iras del mar, manteniéndose lejos del foro y de los umbrales soberbios de los ciudadanos poderosos (...).
Odas, I, 11 (traducción de Manuel Fernández-Galiano):
No investigues, pues no es lícito, Leucónoe, el fín que ni a mí
ni a ti los dioses destinen; a cálculos babilonios
no te entregues. ¡Vale más sufrir lo que haya de ser!
Te otorgue Júpiter varios inviernos o solo el de hoy,
que destroza al mar Tirreno contra las rocas, prudente
sé, filtra el vino y en nuestro breve vivir la esperanza
contén. Mientras hablo, el tiempo celoso habrá ya escapado:
goza del día [carpe diem] y no jures que otro igual vendrá después.
Horacio y Virgilio eran epicúreos, lo mismo que Lucrecio, al que admiraban. Es decir, estaban convencidos de que la mejor manera de entender la vida y las relaciones que en ella trabamos con los demás era hacerlo desde el modo que había propuesto Epicuro, a quien, desde luego, no podríamos tachar de juerguista empedernido, ni de irresponsable, ni de egocéntrico.
El epicureísmo es una forma de entender el mundo, una filosofía. Como tal, tiene su propia teoría del conocimiento y defiende una ética. Es cierto que el tópico central de la ética epicúrea es el placer (hedoné, de ahí hedonismo), que entiende como la ausencia de dolor. Maximizar el placer y minimizar el dolor debía ser el objetivo prioritario.
El placer quedaba definido por estos tres parámetros: ausencia de dolor en el cuerpo, ausencia de preocupaciones psicológicas o espirituales (miedo, angustia, preocupaciones, remordimientos, tristeza, estrés, ansiedad...), y la satisfacción de nuestros deseos, incluyendo deseos referidos al cuerpo y deseos más espirituales como la amistad, el conocimiento y el disfrute de la belleza...
Así, pues, Epicuro distinguía 3 tipos de deseos que deberíamos tener en cuenta para realizar bien nuestros cálculos:
- Naturales y necesarios: son necesidades primarias y biológicas (alimentarse, beber, dormir). Su satisfacción siempre hace feliz al hombre y sin ellos no podemos vivir.
- Naturales y necesarios: son necesidades primarias y biológicas (alimentarse, beber, dormir). Su satisfacción siempre hace feliz al hombre y sin ellos no podemos vivir.
- Naturales y no necesarios: satisfacer el apetito con una comida en una fantástica comida;la sed, con un vino gran reserva; dormir en la más cómoda de las camas. Estos deseos deberíamos moderarlos, no sea que de ellos obtengamos más sufrimiento que satisfacción.
- No naturales y no necesarios: el lujo, el poder, la riqueza, la fama, la gloria, el prestigio, los honores. A estos deseos deberíamos renunciar, pues no se sacian
nunca y lo único que provocan es un deseo incontenido de más y más.
Para acabar entendiendo por qué el hedonismo no es una defensa superficial de la búsqueda de placer, quiero recordar las cuatro normas que proponía Epicuro para tener una auténtica vida buena, en realidad, cuatro elementos a eliminar:
- El miedo a los dioses. Para eso basta pensar que no se cuidan de los
asuntos humanos, y desde luego, brujos, sacerdotes y demás son solo, y como mucho, buenos psicólogos y hábiles manejadores de palabras.
- El temor a la muerte. Es absurdo temerla, mientras estamos vivos no nos afecta y cuando nos afecta, ya no estamos vivos.
- El temor al destino. Epicuro negó el determinismo. Nada está escrito, sólo el azar y la libertad existen. Cada hombre es dueño de su propio destino.
- El temor al dolor y la infelicidad. Si seguimos las enseñanzas de Epicuro respecto a la moderación y la renuncia a falsos placeres, conseguiremos sentirnos bien con nosotros mismos y disfrutar serenamente de los placeres que la naturaleza nos ofrece.
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