Editorial actual |
No es mi intención exponer aquí cuáles son las ideas principales que se defienden en el libro. Están ya muy explicadas y forman parte del acervo cultural. Lo que quiero destacar es la grandeza del premio nobel al salir del cómodo hábitat de la especialidad y adentrarse en el terreno común de lo que aquellos conocimientos específicos significaban, la defensa del pensamiento como un espacio total en el que son requeridas todas las formas y saberes, todos los puntos de vista para plantear interrogantes y adquirir nuevas respuestas.
El atrevimiento lo expresaba así desde el comienzo, en el cuarto párrafo del prefacio: Resulta imprudente hoy en día, por parte de un hombre de ciencia, emplear la palabra "filosofía", aun siendo "natural" en el título (o incluso en el subtítulo) de una obra. Se tiene la seguridad de que será acogida con desconfianza por los científicos y, a lo mejor, con condescendencia por los filósofos. No tengo más que una excusa, pero la creo legítima: el deber que se impone, hoy más que nunca, a los hombres de ciencia de considerar a su disciplina dentro del conjunto de la cultura moderna, para enriquecerla no solo de conocimientos técnicos importantes, sino también de las ideas salidas de su ciencia, que puedan considerarse humanamente significativas.
Atreverse y contaminarse —Contamíname, / mézclate conmigo / que bajo mi rama / tendrás abrigo pedía la canción de Pedro Guerra que Ana Belén hizo famosa— es el mejor manera de hacer posibles nuevas ideas. De otra manera: tender puentes es el mejor camino del conocimiento.
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