Editorial |
La novela se cierra con estas frases del discurso que pronunció Azaña en 1938 desde el Ayuntamiento de Barcelona. Vivir en una España construida sobre la paz, la piedad y el perdón era el deseo del presidente de la República. Es el deseo de Peridis y es lo que quiere expresar la imagen que representa la pareja formada por Lucas, republicano hijo de republicano, y Esperanza, falangista hija de falangista. Las dos Españas que, a pesar de las diferencias ideológicas, son capaces de fundirse en un abrazo.
Para contarnos ese hermoso deseo, el autor recurre a una buena historia que comienza en un tren, con un encuentro casual, con unos gemelos y con cierta falta de inspiración. Luego regresa al pasado, se adentra en el norte de Palencia, estalla la guerra civil y dos familias de médicos se van a ver envueltas por la tragedia de unos hechos que las superan y desbordan en todos los sentidos. La guerra es el gran monstruo que destruye cuanto toca.
Los hechos con que se cuenta son suficientemente interesantes para armar una historia. Las situaciones a que se ven arrastrados los personajes tienen fuerza, interés y credibilidad. El medio en que transcurre la novela es absolutamente conocido por el autor. Y, sin embargo, la novela no acaba de funcionar porque hay una cierta rigidez en el contar y falta de naturalidad en los diálogos. Eso sin tener en cuenta que los pueblos donde transcurre la acción no existen, como tampoco existe el tren que hace la ruta Madrid-Santander, un AVE que tiene parada intermedia en ¡Paredes Rubias!
Me apena comprobar que lo que podía haber sido una gran novela, se queda varada en la expresión de unos excelentes deseos.
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