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jueves, 10 de octubre de 2019

CÓMO SEGUIR SIENDO HUMANOS EN LA ERA DE LOS ALGORITMOS

Editorial
Nota previa: Ya sé que era una especie de reto iniciático entre quienes empezaban a programar conseguir que apareciera en la pantalla esas dos palabras que auguraban el comienzo de una carrera. Tal vez, en los comienzos de la programación ni tan siquiera existía la posibilidad de utilizar una coma. Yo me resisto a escribir ese título sin la necesaria coma. Más chocante aún cuando se trata de un título y, por tanto, ejemplo para tantas personas de cómo escribir.

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Me alegra ver que cada vez son más las voces expertas que nos advierten de los usos y abusos de las tecnologías invasivas, sean o no sean inteligentes, autónomas o como quiera que las llamemos. Hannah Fry, profesora de matemáticas urbanas en el University College de Londres, nos ofrece un texto lleno de frescura, sencillez y luminosas anécdotas sobre ese entorno en el que cada vez nos hallamos más sumergido al que denominamos inteligencia artificial y que funciona a base de algoritmos y se alimenta de datos. 

Fry hace un recorrido con una soltura verdaderamente envidiable or los temas más directamente relacionados y susceptibles de ser atravesados, y manejados, por la tecnología de la programación —poder, datos, justicia, medicina, automóviles, delincuencia y arte—, al mismo tiempo que nos plantea algunas preguntas que tal vez antes de que las respondamos ya otras personas hayan decidido responder: ¿entregaríamos nuestros registros médicos a una empresa sin rostro si hacerlo podría mejorar el tratamiento para todos?, ¿debería un automóvil sin conductor priorizar la protección de su dueño o el niño al que está a punto de atropellar?, ¿debería un juez o una computadora calcular si es probable que un preso reincida? Y en cada caso, ¿quién puede y quién debe hacer las reglas?

Claro que queremos mejores máquinas para que los diagnósticos médicos sean más acertados y las intervenciones quirúrgicas más precisas. Claro que deseamos todo tipo de ayuda tecnológica para que nuestra vida sea más cómoda y podamos disponer de más tiempo para ocuparnos de nuestros propios intereses y aficiones. Claro que preferimos comprar a menor precio. Claro que pretendemos tener mejores respuestas y más rápidas. Claro. El problema es que mientras suspiramos por un mundo aparentemente más confortable y  mejor, alguien está tomando decisiones y creando una manera de funcionar. Y no somos nosotros.

De entre los múltiples ejemplos con los que ilustra qué es lo que está ocurriendo, el de Rahinah Ibrahim debería ser suficiente para que empezáramos a realizarnos algunas preguntas. A lo mejor todo sería un poco más sencillo si aceptáramos que la perfección no existe, que todo algoritmo puede ser mejorado y que nunca acabaremos de limpiar los sesgos. 

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