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lunes, 24 de junio de 2019

DIOS HA MUERTO

Esta es sin ninguna duda la más contundente afirmación con la que identificamos a Nietzsche y, sin embrago, no es originalmente suya. La tomó prestada de HegelFenomenología del Espíritu, FCE, 1973, p.435—. En la actualidad es una de las afirmaciones más contundentes del pensamiento occidental contemporáneo. Más adelante, Foucault se cargaría al hombre y, poco después, desaparecería el autor a manos de R.Barthes y del mismo Foucault.

La frase en cuestión aparece en La Gaya ciencia —secciones 108, 125 y 343— y allí queda contextualizada para que podamos entenderla o interpretarla, cosa que no siempre es fácil cuando se trata del filósofo alemán. En este caso la idea es sencilla y ha sido explicada hasta la saciedad. Dios, como ser supremo, es el garante de todo; por tanto, también de la verdad y del pensamiento. Si Dios desaparece, sólo nos queda nuestro propio pensamiento, nuestra propia capacidad, para determinar y decidir qué es lo correcto, lo verdadero, lo racional, lo pensable. Es, pues, una invitación a ser nosotros mismos, a poner todo en tela de juicio, a ser críticos y autónomos. Lo que no es, precisamente, una novedad en el campo de la filosofía. Es una sugerencia que nace con ella.

Hasta aquí todo muy bien. De hecho, es una invitación que seguramente la mayor parte de la población aceptará sin reservas, que valorará como positiva, independientemente de que se continúe o no teniendo creencias religiosas. Tampoco discutimos sobre el sentido de la expresión Dios ha muerto, puesto que los pasajes son suficientemente claros; ni negamos el valor que tuvo en su momento para sacudir el pensamiento, las creencias y los valores europeos de la segunda mitad del siglo XIX.

El problema con Nietzsche es otro. El problema con el sajón es que escribía a base de aforismos, se prodigaba en el uso de la alegoría y la parábola y el simbolismo en algunas ocasiones era tan marcado que se hacía escurridiza la interpretación. Hoy, claro, tenemos cientos de estudios sobre su filosofía y toda una multitud de profesores en las facultades correspondientes que nos enseñan lo que los textos del alemán significan. No ocurría lo mismo en la época en que el filósofo escribía, ni treinta años después de su muerte. Y así ocurrió que el mundo nazi se apropió de buena parte del superhombre, por poner un ejemplo. Al fin y al cabo, es tarea del lector interpretar y ¿quién nos va a decir que nuestra interpretación no es la correcta? No, desde luego, el dios que acababa de morir y mucho menos el propio Nietzsche.

Sin embargo, sí considero tarea y deber del autor intentar que su pensamiento quede expresado lo más claramente posible. La función principal de la comunicación es que el mensaje sea inteligible y que provoque el menor número posible de confusiones e interferencias. A Nietzsche, claro, eso no era lo que más le preocupaba.

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