Al Chillida Leku le sienta bien la lluvia.
Esa lluvia que entorpece los caminos, que pone trabas al paseo, que desgana la salida, la misma lluvia que a veces nos incita a quedarnos en casa, que viste con un tono de nostalgia los paisajes, esa misma lluvia, digo, le sienta bien a este lugar.
Las formas se hacen más visibles, los cuerpos cobran contundencia y da la impresión de que las obras hubieran nacido allí y desde entonces no hubieran hecho otra cosa que habitar el espacio húmedo y brillante en que reposan.
Suyo el espacio, suyo el paisaje y suya la difusa luz que las define. Más suyas que nunca, más Chillida.
Es cierto, lo profundo es el aire, y las formas que el artista imaginó tienen más sentido y son más reales en este aire vacío de gente, cargado de húmeda melancolía y de un ligero toque de añoranza porque él ya no está para seguir imaginándolas.
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