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jueves, 14 de marzo de 2019

LAS INOCENTES



Y continúo con el séptimo arte.

Ayer acudí a la sala de proyecciones del Centro Cultural Egia, que es una de las mejor preparadas para ver una película de todos los centros culturales de la capital donostiarra —si exceptuamos la de Lugaritz, que dispone de un salón de teatro—: pantalla alta, sala amplia y sillas que aguantan muy bien una sesión cinematográfica. Todo un lujo. Pero vamos con la película.

Las inocentes narra un episodio real, de esos que las guerras van dejando por el camino como si tal cosa y que nunca trascienden, porque quienes hacen la guerra están muy ocupados en matar enemigos, conquistar posiciones y hacer que se firmen paces ventajosas a sus intereses. Lo demás, la vida real y cotidiana de las personas que han tenido la mala suerte de estar allí en aquel momento, no importa nada. Como mucho, llegarán a ser un instrumento para los fines de quienes matan, avanzan y siguen disparando.

Un convento de monjas, año 1945, Varsovia, Polonia. El ejército de liberación se desfoga con las monjas y novicias del convento. Y lo hace más de una vez. Nueve meses después comienzan a venir al mundo las consecuencias de aquellas violaciones. El convento se encuentra sumido en un terrible problema que altera sus convicciones, hace que se tambalee la fe de alguna y se hunde en la miseria de un secreto que carcome la existencia, hasta que una novicia, desobedeciendo las normas, decide pedir ayuda médica.

Por suerte para ella, y para todo el convento, consigue atraer a una joven médica francesa que trabaja dentro de un grupo de sanitarios para la Cruz Roja de su país, y que se encuentra allí para conseguir la repatriación de los prisioneros galos heridos en el conflicto. 

Anne Fontaine, la directora, nos pone delante de los ojos un duro conflicto, el de la quiebra de creencias y convicciones cuando la brutalidad humana ha hecho saltar cualquier norma. Pero al mismo tiempo nos ofrece un soplo de esperanza fundamentada es la más noble solidaridad, porque también es cierto que cuando todo parece abatido y sin posibilidades de ningún tipo, alguien se alza, alarga una mano y nos ofrece su ayuda.

A mí me hubiera gustado que la narración de los hecho pusiera mayor atención en el conflicto interno de los personajes, de tal manera que se pudieran entender mejor las cuestiones emocionales, espirituales e ideológicas, que las hay, y muchas. Me hubiera gustado que la relación entre el médico y la protagonista no fuera tan superficial y artificialmente tratada. Me hubiera gustado que el guión estuviera un poco mejor cosido. Pero a pesar de estos inconvenientes la película se deja ver muy bien y apela con toda sinceridad a las conciencias.


***
He encontrado la película completa y ahí os la dejo. En cualquier caso, nada puede sustituir la experiencia de la sala de cine y la pantalla grande. Si tenéis oportunidad, acudid a una.

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