Editorial |
¿Es siempre débil la extrema bondad? ¿Solo es posible ser bueno en ausencia de poder?
La primera es una cita de La tempestad, obra de Shakespeare, de la que esta novela es una recreación moderna. La segunda es una reflexión del equipo de Gonzalo después de haber representado la obra del dramaturgo más genial de todos los tiempos. Cualquiera de las dos serían suficientes para justificar la novela.
Atwood escribió La semilla del diablo como respuesta al reto planteado por la editorial Hogart de redactar una novela basada en alguna obra de Shakespeare. Ella optó por La tempestad y el resultado es una historia ambientada en el Canadá actual, donde al director de un festival de teatro de Ontario, Félix, le han cesado del cargo de muy malas maneras. En la obra original al protagonista, Próspero, le quitan el ducado de Milán.
A partir de ahí se va construyendo un paralelismo un tanto libre, pero muy atractivo, en el que Félix/Próspero irá poco a poco elaborando su venganza apoyándose en lo único que tiene: un grupo de presidiarios con los que trabaja cada año durante tres meses montando una obra de teatro. Por supuesto, siempre obras del Cisne de Avón.
En esta historia la isla de Próspero se trasforma en una cárcel y teatro al mismo tiempo, y la obra dentro de la obra, que era uno de los recursos favoritos de Shakespeare, Atwood lo trasforma en novela dentro de la novela con efectos verdaderamente espectaculares.
Es este uno de los muchos juegos y propuestas que la autora realiza en esta fantástica reinterpretación del clásico. En este sentido, tal vez no sea mala idea comenzar su lectura por el último capítulo, "La tempestad original", donde la novelista realiza un excelente resumen de la obra para quienes no recuerden o no la hayan visto ni leído.
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