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lunes, 3 de septiembre de 2018

CARCASSONNE


A los muchos atractivos de esta turística ciudad se ha sumado la intervención artística de Ticino Felice Varini. Esos Círculos concéntricos excéntricos ejercen un profundo magnetismo y una tremenda atracción, hasta el punto de que resultaba imposible poder colocarse en el punto exacto para conseguir una imagen donde los aparentes círculos se vieran como tales. La intervención le fue encargada para celebrar el vigésimo aniversario de la inscripción de la ciudad en el Patrimonio Mundial de la UNESCO. Lo que ya de por sí es una garantía del atractivo del lugar.

Sin embargo, yo iba buscando otros pequeños placeres en los que no se suele reparar ante la contundente belleza de la ciudad medieval, obra, en buena medida, del famoso Viollet-le-Duc y su tendencia a crear magníficos decorados. De hecho, algo tiene de parque de atracciones todo el recinto y poco de medieval a pesar de la ambientación. Pero como ya he dicho, yo iba en busca de otros misterios. Y el primero sale al encuentro del visitante en la puerta este. 
Sum Carcas, soy Carcas.


Los pocos años que la ciudad estuvo bajo el dominio musulmán espolearon la imaginación de la gente del medievo y surgió una fantástica leyenda para la que, de momento, no conozco explicación.

Se encontraba asediada la fortaleza por las tropas del ubicuo Carlomagno y el rey musulmán Ballak había muerto en el asedio. Bueno, no solo el rey, los cinco años de asedio habían diezmado totalmente la población. Pero allí estaba Carcas, la mujer de Ballak, dispuesta a todo con tal de conservar la ciudad. 

Para que el enemigo no supiera de la falta de medios y soldados, colocó muñecos de paja en las murallas y los vistió con ropas de soldados. Después se dedicó a recorrerlas mientras lanzaba flechas de ballesta, haciendo así creer al enemigo que la guardia era numerosa. 

Al único cochinillo que quedaba lo cebó con los últimos restos de trigo. Después lo lanzó por las murallas. Al reventar contra el suelo, salió gran cantidad de grano de su interior. Ante semejante suceso, Carlomagno mandó levantar el sitio, pues la ciudad estaba tan bien pertrechada y surtida que hasta los cerdos eran sobrealimentados.

Cuando las tropas de los francos se retiraban, la dama mandó llamar a su rey, y ella y Carlomagno firmaron la paz. Las campanas o las trompetas, que en esto hay distintas versiones, sonaron para celebrar el acontecimiento —Carcass sonne—. 

Carcas había conseguido con su ingenio lo que no había podido realizar todo el ejército y, de paso, ofreció una etimología novedosa al lugar. La historia, claro, cuenta otra cosa, y no hay dama Carcas ni Carlomagno. ¿Pero a quién le importa que se falseen un poco los acontecimientos si lo que conseguimos es una historia entrañable y resolver un conflicto de forma casi pacífica?

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