Pasé el lunes 23, Día del Libro, por una biblioteca que tenía una pequeña estantería con seis u ocho libros expuestos. Como era el día que era, todos los títulos aireados tenían como tema y objetivo la lectura. Conocía casi todos menos este opúsculo de Edith Wharton —La edad de la inocencia—. Abrí por el principio y leí las primeras páginas. Primer párrafo:
Esa "difusión del conocimiento" que solemos calificar junto con la calefacción a vapor y el sufragio universal en la categoría de las mejoras modernas, ha causado en forma incidental el surgimiento de una nueva perversión: el vicio de la lectura.
Me gustó el tono irónico, alejado de la sacralización actual de la lectura y me lo llevé a casa con la intención de leerlo aquella misma noche. Tuvo que esperar cuatro días, los planes no siempre se cumplen. Alguna urgencia y otros vicios me han tenido ocupado.
Para que nadie se alarme, lo primero que hay que recordar es que la autora es contemporánea de la lucha por el sufragio femenino y de las primeras calefacciones por radiador en las casas de la burguesía, de ahí las comparaciones. Después, que no se trata de un texto que enaltezca las bondades de la lectura, sino de un auténtico vapuleo lleno de gracia y muy inspirado de lo que ella llama "el lector mecánico", eso que ahora llamaríamos lector de literatura de consumo rápido o de supermercado.
No quiero desvelar, como si de una novela se tratara, los múltiples daños que inflige a la lectura y a la literatura el "lector mecánico", porque además de tener su punto de comicidad os privaría del placer de descubrirlos, si es que no los habéis descubierto ya por vosotros mismos sin ayuda de nadie.
La verdad es que entre tanta santificación de la lectura durante esta semana he agradecido este aire fresco y distinto que nos viene nada menos que... ¡de 1903!, aunque solamente dé para estar entretenido poco más de media hora.
Si tenéis ocasión, buscadlo en alguna biblioteca.
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