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jueves, 21 de diciembre de 2017

EL MINISTERIO DE LA FELICIDAD SUPREMA

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Si alguien se pregunta por qué Arundhati Roy ha tardado veinte años en escribir una novela —El dios de las pequeñas cosas es de 1997—, la respuesta la encontrará en su constante activismo del que puede hallar alguna noticia en páginas como Movimiento por la justicia global, Revolución en la India, Caminando con los camaradas, o en estas publicaciones: El final de la imaginación, El álgebra de la justicia infinita, Retórica bélica, Espectros del capitalismoy otras que no han sido traducidas todavía.

Sin duda, toda esa carga política, ideológica y afectiva se deja sentir en El ministerio de la felicidad suprema porque constituye el meollo argumental de la novela, pero Arundhati Roy es una extraordinaria narradora de una sensibilidad suprema que incluso cuando se encuentra en medio del fragor de la batalla panfletaria su escritura remonta el vuelo y nos lleva al profundo hontanar de lo humano universal. 

No en vano el libro de abre con esta cita de HikmetLo que quiero decir es que todo depende de tu corazón, que recorre absolutamente todas la historias y todos los personajes de esta novela por la que discurren numerosas tramas que se van entrelazando hasta llegar a coincidir en el momento en que la historia se cierra. Todas ellas conforman una "historia hecha pedazos".

           ¿Cómo 
                contar
                         una 
                         historia
           hecha añicos?
                         Convirtiéndote
                         poco a poco
           en toda la gente.
                         No.
                         Convirtiéndote poco a poco en todo.

La hijra —transexual— con la que se abre y cierra la novela, la arquitecta en torno a la que se construyen las historias centrales, el guerrillero, el inspector comandante, el alto cargo de los Servicios Especiales, las sucesivas niñas, Delhi, Cachemira... Todos esos hilos son portadores cada uno de una historia trágica y concienzudamente rota, pero ese rompecabezas aglutinado en el dolor y el sufrimiento levantará el vuelo y de esta forma cobrará pleno sentido el verso de Hikmet.

Cuando llegaron, todas las luces estaban apagadas y todos dormían. Todos menos, por supuesto, Guih Kyom, el escarabajo pelotero, que estaba totalmente despierto en su puesto de guardia, tumbado boca arriba con las patas levantadas para salvar el mundo en caso de que se derrumbaran los cielos. Pero incluso él sabía que, al final, todo saldría bien. Y así sería porque así tenía que ser.

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