Durante la comida de la primera jornada estuve sentado a la izquierda de Gloria Díez. En un momento dado, y puesto que la conversación giraba en torno a la poesía, ella me enseñó este poemario y yo le pedí que me señalara cuál era el poema con el que se sentía más a gusto, aquel que si tuviera que salvar de un desastre no dudaría en hacerlo. Gloria no dudó ni un instante y me dejó abierto el libro por la página 29:
DIME, CARONTE, AMIGO
Ofelia está desnuda.
¿Hamlet loco?
Dime, Caronte, amigo:
¿Es ésta la laguna
que han de cruzar los muertos?
Pálida luz de alba
llueve en pétalos húmedos.
¡Ah la hermosa mortaja
de rosas amarillas
en las pútridas aguas!
El río ha transportado,
como rama a tu orilla,
este febril despojo:
un cuerpo de muchacha.
Palpa,
con tus dedos oscuros
como atrapan sus dientes
—inocentes marfiles—
el óbolo de plata.
Y acéptalo benévolo.
Guía, lenta, tu barca
hacia el negro horizonte
preñado de carmines.
Tus grandes ojos ciegos,
de pálidas pupilas
recuerdan los secretos
caminos de las aguas.
Mientras resuena el cuerno
y la niebla se eriza
de luciérnagas vivas,
mi cuerpo antiguo curva
su ternura d enieve
en torno a tus sandalias.
Y aterradoramente,
una canción de cuna,
(moscardón verde pálido
que oscila sobre el remo)
ululante y profunda
se eleva a nuestra espalda.
Leí en silencio. Si el aire clásico, rítmico y mesurado del poema me gustaba, la última estrofa, de una pavorosa belleza, me conmovió. En ocasiones, el dolor de lo vivido toma forma a través de las imágenes y el lenguaje poético suele ser el mejor recurso que tenemos para expresarlo. Casi antes de que pudiera realizar ningún comentario, la autora me espetó: Para ti, por haberte sentado a mi lado.
Gracias, Gloria, por el libro y por tus versos.
Gracias ahora por reseñarlo
ResponderEliminarA ti, Gloria.
EliminarY yo os agradezco a ambos...este libro es una joya.
ResponderEliminarCristina