Reconozco que no me gustan nada esos títulos un poco pretenciosos que siguen la estela de aquel que Schwanitz hizo famoso a finales del milenio pasado y que tanto éxito tuvo: La cultura. Todo lo que hay que saber. Parece que te conminan a leerlos y que si no lo haces eres un triste ignorante. Estoy seguro de que no son los autores quienes eligen los títulos.
Este de Miguel Artola y J. M. Sánchez Ron, exceptuando el título, es un magnífico trabajo que se sitúa a la altura de la ya clásica Historia de la ciencia, de Gribbin, y aunque no es propiamente una historia de la ciencia, porque está organizado por temas y no temporalmente, bien puede servir como manual de historia, ya que cada vez que nos adentramos en un tema nuevo, este sí tiene un desarrollo cronológico. El índice y el primer capítulo podéis leerlos aquí.
De la solvencia como escritores de divulgación hablan sus propias obras y su larga experiencia en este campo. El trabajo en común de ambos ha conseguido en este caso que nada de la eficacia individual se pierda y que gane, en cambio, la capacidad para ahondar en temas transversales, aunque al fin y a la postre todo conocimiento es transversal.
Una diferencia con el de Gribbin —si olvidamos los 18 años que hay entre uno y otro— es que aquel partía del Renacimiento y este, en cambio, recoge aquellos avances y conocimientos que desde la Antigüedad han influido en nuestro progreso y saber. Por lo demás, en cuanto a capacidad explicativa y brillantez narrativa, son muy similares.
Una excelente publicación para tener siempre a mano y no dejar de comprobar que el conocimiento es uno y se alimenta en todo momento del esfuerzo colectivo, aunque las genialidades sean indispensables.
Así abren el prólogo: La ciencia, y su hermana, la tecnología, penetran prácticamente todos los recovecos de la vida. No es posible comprender ni nuestros propios cuerpos, que no son, en última instancia, sino química, biología y física en movimiento, ni el escenario —el Universo, y dentro de él ese pequeño planeta al que llamamos Tierra— en el que tiene lugar nuestra existencia sin recurrir al conocimiento que ofrece la ciencia, una habilidad humana que, además, nos ha ido proporcionando cada vez más instrumentos —es lo que denominamos "tecnología"— para ser algo más que indefensos y objetivos espectadores de los fenómenos naturales.
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