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domingo, 4 de junio de 2017

CANCIÓN DE OTOÑO, GARCÍA MARRUZ

Resulta curioso comprobar cómo funcionan los gustos, los afectos y las inclinaciones. No soy nada dado a las concepciones religiosas, pero la poesía de García Marruz, en general, me gusta. Me muevo en las antípodas de la nostalgia y no comparto esa visión de la infancia como terreno al que toda escritura vuelve, pero uno de los poemas que más disfruto de la poeta cubana es Canción de otoño. Y suscribo por completo el comentario de Milena Rodríguez

Este poema, que resulta también fundamental en la poética de Fina García Marruz, nos permite percibir el que acaso sea uno de los secretos de la eficacia y de la belleza de su poesía, esa fusión, ese modo en que se armonizan elementos que pertenecen a diferentes órdenes y categorías: el espacio y el tiempo, lo ideal y lo material, lo abstracto y lo concreto, lo real y lo fantástico, lo adulto y lo infantil, lo trascendente y lo cotidiano menor. El poema es un canto y también una pregunta por la infancia y la adolescencia, pregunta que leemos filosófica y trascendental y, simultáneamente, entrañable, cordial, e incluso ingenua. La voz que habla en este poema es, a la vez, adulta e infantil: el poema consigue que los acentos infantiles, ingenuos, que aparecen en la voz poética adquieran una dimensión trascendente; o tal vez habría que decirlo al revés: el poema logra que sus acentos trascendentes no parezcan nunca impostados, gracias a esa ingenuidad, a ese aire infantil que hallamos en la voz poética; de ahí, acaso, la magia de estos versos. Quizás valga la pena recordar aquí algunos de los apuntes de García Marruz sobre La Edad de Oro, la revista infantil creada por José Martí. Decía García Marruz:

...no bastaba con eludir el tono presuntuoso sino también el otro extremo, quizás más frecuente, del tono excesiva o deliberadamente ingenuo. Por ahí suele pecar más el libro destinado a los niños. El equilibrio es de veras difícil, de ahí que sen tan contados los escritores que han sabido hablarles a los niños. Suele pasarles lo que a Alicia al querer entrar en el País de las Maravillas, que tan pronto se volvía demasiado grande como demasiado pequeña. Así, el lenguaje se les vuelve demasiado magistral o demasiado pueril (La Edad de Oro, 293).

Podríamos decir que en este libro, la voz poética es una especie de Alicia que viaja al país de la infancia y la adolescencia, al País de las Maravillas, y que consigue, sin embargo, no parecer nunca ni demasiado grande ni demasiado pequeña; el lenguaje del viaje no es, tampoco, ni presuntuoso ni pueril; consigue, pues, el equilibrio perfecto y tan difícil.  

En este texto, el tiempo es convertido, o presentado no sólo como tiempo en sí, sino también como espacio y como materia: el pasado de la infancia es así un lugar real y concreto, un lugar también vivenciado o sentido: "...los hondos pasillos de la casa / donde estuvimos con frío aire de otoño", "...la casa en que estuvimos / y cómo a mí me sonaban tus palabras"; no se trata, pues, de un tiempo ideal, presente sólo en la memoria sino también de un lugar físico: el "lugar que está sólo a unos pasos / de aquí..."; tan físico, tan material, que la voz poética llega a preguntar: "¿conoces tú el camino?". Asimismo, la imposibilidad para volver a ese particular pasado, está dada, sin que se establezcan jerarquías entre ellas, tanto por razones materiales (y en cierto modo infantiles, ingenuas): "Cómo volver allí, cómo volver, / si ya el pasillo está lleno de polvo", como por motivos trascendentes: "...he visto ya mi alma totalmente / y no entro en mí como en un parque oculto". La voz poética, con su acento infantil, nos da también una de las claves y una de las verdades más auténticas de por qué perdura (no sólo para ella, sino para todos) ese tiempo pasado, ese tiempo de la infancia, y es que en él ocupaban los juegos el centro; los juegos, sin duda, "más graves que la frívola vida". La fusión, la armonía, la anulación de contrarios, alcanza su máxima intensidad al final del poema, bellísimo momento en que se tocan -instante raro y fugaz-, presencia y ausencia, pasado y presente, ingenuidad y trascendencia, convirtiéndose en una sola y misma cosa; esa constatación, así, de "lo eterno en lo fugaz" que, como dice Arcos (Historia de la Literatura Cubana), puede sintetizar toda la poesía de García Marruz: 
                         
                          ¿Conoces tú el país en que se vuelve? 
                           Y sin embargo escribo sobre su polvo "siempre".
                           Yo digo siempre como el que dice adiós".

Prólogo de El instante raro, pp 34-36.


CANCIÓN DE OTOÑO

                                                                       ¿Conoces tú el país?...
                                                           GOETHE

Repitamos con tono de balada muy vieja:
"Cómo volver allí cómo volver."
Puedo volver, amigo, al país más lejano.
Fácil sería ver la nieve y los ciruelos.
Pero enséñame, dime el intacto camino
que me llevó al lugar de nuestro encuentro.
Llévame a los hondos pasillos de la casa
en que estuvimos con frío aire de otoño.
¿Cómo volver allí, cómo volver?
Podemos caminar la tierra entera.
Cansados de buscar, preguntaríamos
"¿Cómo volver allí, cómo volver
al lugar que está sólo a unos pasos
de aquí, conoces tú el camino?"
Allí nosotros solos, los fugaces,
entre el muro real, la tarde eterna,
estuvimos hablando de los libros
preferidos, oyéndonos las voces.
Cómo volver allí, cómo volver,
si ya el pasillo está lleno de polvo,
y he visto ya mi alma totalmente
y no entro en mí como en un parque oculto.
Más que un amor que no es correspondido
o el futuro que mira un moribundo,
lo imposible es la casa en que estuvimos,
y cómo a mí me sonaban tus palabras.
Cómo volver allí, cómo volver,
a imaginar siquiera lo que fuimos,
la extraña adolescencia, los encuentros,
y los juegos más graves que la frívola vida.
Oh y los muros estaban como un hecho
irrefutable, más allá del deseo
de mis ojos fugaces y distintos!
La casa, sí, sólo un amargo engaño,
era frágil, mortal como los sueños.
Nosotros, los fugaces, los despiertos
¿cómo podemos di, volver allí?
Puedo volver, amigo, al país más lejano,
al país de la nieve y los ciruelos.
¿Mas adonde quedó tu traje oscuro,
tus palabras y el ruido del otoño?
Puedo mirar a la verdad, los ángeles.
¿Mas aquella mentira en que creímos,
con ácida pureza, en los días secretos?
Puedo soñar el sueño más distante.
¿Qué quedará más lejos que la tarde
que acaba de pasar, parque encantado?
¿Conoces tú el país en que se vuelve?
Y sin embargo escribo sobre su polvo "siempre".
Yo digo siempre como el que dice adiós.

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