Tiene el rumano —¿o debo escribir francés?— un par de aforismos, no sé si lúcidos o no, que me gustan mucho. Son estos:
- La lucidez: martirio permanente, inimaginable proeza.
- La lucidez es el único vicio que hace al hombre libre: libre en un desierto.
Traigo el vocablo a colación por la cantidad de veces que lo estoy leyendo u oyendo últimamente, en general, como referencia a los artículos y las opiniones de carácter político que vierten en diferentes medios analistas del momento. Para subrayar lo mucho que nos ha gustado, viene inmediatamente la expresión: ¡Qué lúcida es esa persona!, o ¡qué lúcido artículo!
Me agrada que haya tanta cabeza despierta, brillante, perspicaz y clarividente. Cuantas más, mejor; las necesitamos todas. Lo que me deja un poco preocupado y boquiabierto es que, cuando acudo a ver qué es lo que han dicho o escrito, suelo comprobar que son argumentos y razones contrarias. Alguien defiende lo blanco mientras otro alguien nos enaltece lo negro.
¿Será, tal vez, que son lúcidas solamente aquellas opiniones que corroboran la nuestra? ¿O será que el lúcido era Descartes cuando escribía aquello de
El buen sentido es la cosa mejor repartida del mundo, pues cada cual piensa que posee tan buena provisión de él, que aún los más descontentos con respecto a cualquier otra cosa no suelen apetecer más del que ya tienen?
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