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domingo, 30 de octubre de 2016

LA MUERTE DE RUBÉN DARÍO EN LOS VERSOS DE NERUDA

Imagen de Wikipedia
La muerte en Nicaragua es el tercero de los tres poemas que Neruda dedicó a Rubén Darío en el poemario La Barcarola. Con motivo del centenario del nacimiento del gran poeta nicaragüense, se editó en Managua el Libro de Oro para conmemorar tan señalada efeméride. Neruda envió los tres para contribuir a la celebración. Los responsables de la edición hicieron uso de la censura y lo excluyeron. Creo que en este centenario de la muerte Rubén Darío bien podemos recordarlo. Los otros dos podéis leerlos si acudís a este enlace.


LA MUERTE EN NICARAGUA

Desfallece en León el león y lo acuden y lo solicitan,
los álbumes cargan las rosas del emperador deshojado
y así lo pasean en su levitón de tristeza
lejos del amor, entregado al coñac de los filibusteros.
Es como un inmenso y sonámbulo perro que trota y cojea por salas 
                     repletas de conmovedora ignorancia
y él firma y saluda con manos ausentes: se acerca la noche detrás 
                     de los vidrios,
los montes recortan la sombra y en vano los dedos fosfóricos
del bardo pretenden la luz que se extingue: no hay luna, no llegan 
                     estrellas, la fiesta se acaba.
Y Francisca Sánchez no reza a los pies amarillos de su minotauro.
Así, desterrado en su patria mi padre, tu padre, poetas, ha muerto.

Sacaron del cráneo sus sesos sangrantes los crueles enanos
y los pasearon por exposiciones y hangares siniestros:
el pobre perdido allí solo entre condecorados, no oía gastadas palabras,
sino que en la ola del ritmo y del sueño cayó al elemento:
volvió a la sustancia aborigen de las ancestrales regiones.

Y la pedrería que trajo a la historia, la rosa que canta en el fuego,
el alto sonido de su campanario, su luz torrencial de zafiro
volvió a la morada en la selva, volvió a sus raíces.

Así fue como el nuestro, el errante, el enigma de Valparaíso,
el benedictino sediento de las Baleares,
el prófugo, el pobre pastor de París, el triunfante perdido,
descansa en la arena de América, en la cuna de las esmeraldas. 

¡Honor a su cítara eterna, a su torre indeleble!

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