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domingo, 23 de octubre de 2016

EL IMPULSO UTÓPICO

Se cumple en este 2016 el cuarto centenario de la publicación de Utopía. Con ella apareció por primera vez el concepto de lugar que no existe, pero que nos gustaría que existiera porque en él se cumplen nuestros mejores sueños de organización social. Desde entonces la polisemia de la palabra no ha hecho nada más que aumentar y resulta verdaderamente difícil decir qué hay detrás de cada utopía o qué entiende cada persona por utopía.

Si la acuñación del término tiene 400 años, no así el pensamiento utópico. Este nació cuando Platón se puso a imaginar cómo quería que fuese su ciudad ideal y redactó una de las obras más influyentes en el pensamiento occidental, La República. Con él se inaugura el pensamiento político y la costumbre de plasmar cuál es nuestra idea de la sociedad ideal a la que aspiramos. Sin duda, el auge de este tipo de textos llegará en el XIX con la explosión de las ideologías.

El propio Marx, que tanto criticó a los que él llamó socialistas utópicos, no dejó de elaborar un análisis ecónomico, social y político que tenía como finalidad erigir una sociedad utópica. Lógicamente, Marx, Platón, ni ninguno de los defensores de lo que Mumford calificaría como redactores de utopías de reconstrucción, estaría de acuerdo con que fueran apreciados como utopistas.

Más adelante aparecería Popper —La sociedad abierta y sus enemigos—intentando rebajar el entusiasmo utópico al descubrir la tendencia totalitaria que subyace en todo pensamiento utópico. El problema, claro, no está en la utopía en sí, sino en la manera de acercarnos al ideal imaginado e instaurar esa idea en la sociedad en la que vivimos. Los medios de que nos valgamos son los que van a determinar el grado de intolerancia o imposición totalitaria.

Yo me acojo a la definición que la Enciclopedia Oxford de Filosofía ofrece de utopismo como pensamiento crítico y creativo que imagina mundos basándose en principios racionales y morales (...), que se propone superar la desigualdad social, la explotación económica, la represión sexual, y otras posibles formas de dominación que hacen del bienestar y la felicidad algo imposible en esta vida.

Al fin y al cabo, siempre estaremos necesitados de un impulso hacia algo mejor de lo que tenemos, un impulso que nos permita seguir avanzando en la consecución de una sociedad más justa, más democrática y en la que la riqueza se halle mejor repartida. Un impulso que nos lleve a desear ser mejores desde el diálogo y el reconocimiento de los otros. O como diría Galeano, siempre necesitaremos seguir caminando.

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