Representación artística de la Biblioteca de Alejandría O. Von Corven (Wikipedia). |
De entre todas las bibliotecas, la que más añoramos —se canta lo que se pierde—, de la que más literatura se ha hecho y la que nos resulta más atractiva es la Antigua Biblioteca de Alejandría. Es la biblioteca convertida en mito. Es, posiblemente, la que más acontecimientos sorprendentes y fascinantes acumula en su larga historia.
Su origen, si es real y dice verdad la Carta de Aristeo, es en sí mismo puro mito fundacional. En ella se nos cuenta que Ptolomeo I se dirigió a todos los soberanos y gobernadores de la tierra pidiéndoles todo tipo de libros de todo tipo de autores con el fin de organizar una biblioteca universal.
Lo que sí sabemos es que por ella pasaron las mejores cabezas de la época para estudiar o para enseñar. Sabemos, igualmente, que reunió la mayor cantidad de documentos que nunca había reunido otro centro del saber. Sabemos, incluso, que con el fin de impedir la competencia, los Ptolomeos prohibieron la exportación de papiro. Y gracias a esta prohibición los bibliotecarios de Pérgamo inventaron un nuevo material para registrar la escritura: el pergamino.
Y, sin embargo, no sabemos cómo era este magno centro del saber, depósito de la memoria colectiva de la antigüedad. Ni Estrabón, ni Diodoro ni nigún otro cronista que la conoció sintió la necesidad de describirla, de hablarnos de su organización, de sus paredes, de su aspecto. La biblioteca, como dice Manguel, que aspiraba a ser la gran depositaria de la memoria del mundo no pudo salvaguardar el recuerdo de sí misma.
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