De nuevo estamos en la reserva, vivimos en el campo de concentración. En el campo de Chernóbil. Gritan como un slogan en las manifestaciones, o escriben en los periódicos: "Chernóbil ha destruido el imperio". Ha sido la prueba que nos ha liberado del comunismo. De las proezas..., de las hazañas más parecidas a un suicidio..., de las ideas horrorosas. Ahora ya lo comprendo. Proeza es una palabra inventada por los gobernantes. Para personas como yo. Pero yo no tengo nada más, nada más que esto. Yo he crecido entre estas palabras, entre estos hombres. Todo ha desaparecido; esta vida ha desaparecido. ¿A qué asirse? ¿Con qué salvarse? No tiene sentido sufrir de este modo. Solo sé una cosa, que ya nunca más seré feliz. Testimonio de una maestra, esposa de uno de los movilizados para "limpiar" la zona tras el desastre de Chernóbil (p 298).
Voces de Chernóbil, como muy bien recoge el título es un libro construido con cientos de testimonios de personas que vivían en la zona o que fueron enviadas allí para realizar algún trabajo —evacuar a la población, limpiar, enterrar elementos, matar animales—. Son testimonios recogidos diez años después de la catástrofe.
Posiblemente habréis visto algún documental sobre el tema, o leído, en su tiempo, sobre el pavoroso desastre ocurrido en 1986. Este libro es diferente, pues en él solamente aperecen testimonios de las personas que lo sufrieron y lo continúan sufriendo. Madres, aldeanos, viejos, jóvenes, niños, científicos, técnicos, gente común y corriente, cargos políticos, van ofreciendo sus sentimientos y su perplejidad.
No puedo decir si Svetlana Alexiévich escribe bien o mal. Supongo que sí, pues el año pasado le dieron el Premio Nobel. Sí puedo afirmar que transcribe estupendamente y que con la polifonía recogida ha elaborado un texto grandioso, la mejor fuente de información sobre el suceso y sus consecuencias que imaginar se pueda. La mejor manera de escuchar a la población.
Siendo como es un libro sobre las consecuencias de la catástrofe de Chernóbil, en él podemos leer muchas más cosas a poca atención que pongamos. Lo primero que salta a la vista es la perplejidad y la falta de respuestas en la que vive sumida la población que lo sufrió. En los relatos de la spersonas entrevistadas se repite continuamente expresiones del tipo "no entiendo", "no comprendo", "no sé".
Diez años después, continuaban sin comprender qué es lo que exactamente les había ocurrido, salvo que su vida ya no era la misma y nunca lo volvería a ser. Solo saben que el mundo se ha partido en dos: estamos nosotros, la gente de Chernóbil, y están ustedes, el resto de los hombres. ¿Lo ha notado? Ahora entre nosotros no s epone nunca el acento en "yo soy bielorruso" o "soy ucrabniano", "soy ruso"... Todos se llaman a sí mismos habitantes de Chernóbil. "Somos de Chernóbil". "Yo soy un hombre de Chernóbil". Como si se tratara de un pueblo distinto. De una nación nueva (p 193).
400 páginas impresionantes, desoladoras e imprescindibles.
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